viernes, julio 07, 2006


IMPRESORES DEL SIGLO XVIII

Para el siglo XVIII el numero de escritos seguían incrementándose, (Según Emma Rivas pasaban de 7,000[1]) no siendo así el total de impresores, al menos no de manera significativa. Tenemos 31 tipógrafos registrados[2] (uno más con respecto al siglo anterior). La calidad de los impresos ya no era tan notable como en siglos anteriores, así nos lo advierte Ernesto de la Torre:

En el siglo XVIII no tenemos, salvo contadas ocasiones, ejemplares tan selectos como los de la centuria anterior, varias razones influyeron en la decadencia que cayó el arte tipográfico. En el siglo XVIII en su primera mitad, fuera de algunos libros salidos de las casas de Bernardo de Hogal, como las Selectas Dissertationes de Eguiara y Eguren, quien tiene dignidad y buen gusto en su impresión, pocas obras pueden mencionarse.”[3]


A pesar de esto, el siglo XVIII vivió momentos muy trascendentes, por ejemplo el episodio de la publicación de la expulsión de los jesuitas el 25 de junio de 1767. Esta empresa fue asignada al impresor José Antonio de Hogal y el virrey en turno, Marques de Croix, lo encerró en un cuarto del palacio hasta que se resolviera el asunto del bando. Las condiciones del encargo no fueron nada fáciles ya que debía ser impreso por Hogal en persona y de filtrarse la información, el virrey se encargaría de colgarlo desde un balcón[4].

La presencia de libros extranjeros ejerció una influencia en el diseño predominante, si bien es cierto que el siglo XVIII no fue tan brillante en cuanto a belleza tipográfica, no debemos pensar que los impresores novohispanos se sentían abrumados u opacados por los trabajos franceses, ingleses o españoles como señala Enrique Fernández Ledesma hablando de la posición de los impresores locales ante los europeos[5], Si analizamos la imprenta novohispana del XVIII con criterios de belleza tipográfica es probable que coincidamos con Ledesma, sin embargo yo me inclino a verla (entre otras cosas) como un negocio del cual dependían familias enteras. Me refiero a las familias de los dueños pero también de los trabajadores, el taller tipográfico requería un personal capacitado y numeroso.
Al gunos de los mas conocidos fueron aunque no todos;

JUAN IGNACIO MARÍA DECASTORENA Y URSÚA Y GOYENECHE
(1688 – 1733)

Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa y Goyeneche nació en la ciudad de Zacatecas y murió en Mérida, Yucatán. Doctor en derecho canónico por la Real y Pontificia Universidad de México y en teología por la de Ávila, España En la Real y Pontificia ocupó diversos cargos, desde profesor hasta rector (1702-03); fue catedrático por 20 años de sagrada escritura; además, ocupó los cargos de canónigo, chantre, inquisidor ordinario, abad de San Pedro, capellán y predicador del rey. Reconocido amigo y admirador de Sor Juana Inés de la Cruz, el cual defendió el derecho de ésta a cultivar la literatura.

A la muerte de Sor Juana, estando él en España, hizo publicar una obra de ella. Castorena y Ursúa fundó la Gaceta de México, publicación mensual de información general, que debido a sus características es considerado el primer periódico que apareció en la Nueva España; se publicó tan sólo de enero a junio de 1722, suspendió su circulación a causa de críticas y calumnias, fue impreso por los herederos de Miguel Rivera Calderón. En consecuencia, a Castorena se le identifica como el primer periodista mexicano. En la Gaceta Castorena resaltó los valores novohispanos y dio inicio a un incipiente nacionalismo. Escribió también una veintena de obras con temas religiosos, entre las cuales están: El Abraham académico
(1696) y México plausible. Historia de las demostraciones de júbilo con que la Catedral de México celebró las victorias del señor Felipe V de Brihuega y Villaviciosa (1711), por mencionar algunas.

JOSÉ BERNARDO DE
HOGAL, IMPRESOR
Al hablar de don José Antonio de Hogal tuvimos ocasión de decir que Gerardo Flores Coronado estuvo empleado en la administración de correos de México desde 1774 y que fue procesado por falsedad en el ejercicio de su cargo. Su profesión, propiamente, era la de abridor de láminas, pero deseando establecer también imprenta, recurrió en demanda de la respectiva licencia, la cual estuvo sujeta a igual tramitación que la que se dio a la de D. José Francisco Dimas Rangel, de que luego hablaremos. En el hecho anduvo más afortunado que aquél en sus gestiones, pues, después de haber abierto algunos abecedarios, logró del director de Correos, a cuyas órdenes servía, que le concediese la impresión de las facturas que se necesitaban, y después de unos cuantos informes de pura fórmula, el Virrey, en 1º de octubre de 1783, le despachó licencia para abrir imprenta, la que estuvo situada en la calle de las Escalerillas. De esa imprenta sólo nos han quedado tres muestras: la primera del año 1786, la segunda de 1788 y la tercera de 1791.
Hemos dado cuenta también de sus gestiones para obtener la impresión de los billetes de lotería hechas en ese último año y de cómo fue preferida la propuesta de Hogal. Y nada más sabemos de la carrera tipográfica de tan curioso impresor mexicano.
Hemos dado cuenta también de sus gestiones para obtener la impresión de los billetes de lotería hechas en ese último año y de cómo fue preferida la propuesta de Hogal. Y nada más sabemos de la carrera tipográfica de tan curioso impresor mexicano


JOSÉ ANTONIO ALZATE Y RAMÍREZ
(1737 – 1799)



Figura cimera de la intelectualidad novohispana del Siglo XVIII, José Antonio Alzate y Ramírez, nació
en Ozumba y murió en 1799 en la Ciudad de México. Fue pariente lejano de Sor Juana Inés de la Cruz; en el Colegio de San Ildefonso se graduó de bachiller en artes, llegando a ser presbítero en
1756.

Desde joven mostró una marcada inclinación por las ciencias, dedicando gran parte de sus energías a la física, matemáticas, astronomía y ciencias naturales, pero ante todo fue un educador. Formó una vasta biblioteca con obras seleccionadas sobre todo en los campos de su interés, no sólo con libros, sino reuniendo objetos arqueológicos y del mundo natural; siguiendo la influencia francesa, montó un gabinete para observaciones matemático – astronómicas que para su tiempo era muy adelantado, así fue dando a conocer los resultados de sus exploraciones en los campos de labor en sitios arqueológicos. Como a todo ser con ideas innovadoras, alejadas del rígido dogmatismo novohispano que aún tenía fuertes tintes medievales, le surgieron muchos detractores y no pocos enemigos; nada lo desalentó, ni aún la perdida en el fuego de parte importante de sus aparatos y escritos.

Así, en 1768 empieza a publicar el Diario literario de México, para dar a conocer noticias de tipo científico, literario y de interés general sobre el reino de la Nueva España; este periódico se mantuvo hasta 1772.

Notable es su labor de edición. Aparte del Diario, dio a la estampa Observaciones sobre la Física, Historia Natural y Artes Útiles, renombradas luego como la Gazeta de Literatura de México, que circuló entre 1790 y 1792; otra publicación periódica debida a su mano y mente fue Asuntos varios sobre ciencias y artes, así como Observaciones meteorológicas (1769); Método de sembrar, podar, trasplantar y sacar fruto de las moreras para la cría de gusanos de seda (1793); muchas de sus producciones nunca se imprimieron y son valiosos manuscritos, como es el caso de Memoria sobre el uso del álcali volátil para desvanecer el gas mefítico en las minas (1777).

JOSÉ FRANCISCO DIMAS RANGEL
(1787-1789)
En el último cuarto del siglo XVIII vivieron en México el clérigo don Francisco Mariano Rangel y Alcaraz y el doctor don Pedro Rangel Alcaraz, cuyos nombres hemos tenido ocasión de apuntar en esta Bibliografía.
Don José Francisco Dimas Rangel, que posiblemente sería deudo de los dos personajes de su apellido que dejamos indicados, era natural de México, según afirma Beristain.
En 1784 se presentó al Virrey, exponiendo que con su industria había logrado hacer porción de letras de imprenta, con el fin de atender a la subsistencia de su «infeliz familia». Ponderaba las ventajas de su trabajo, y concluía por suplicar que, conforme a lo establecido por las leyes, se le otorgase licencia para «poner una oficina de imprenta». Dada vista de la solicitud al fiscal, opinó que debía pedirse informe al director de la Academia de San Carlos, que lo era entonces el famoso grabador don Jerónimo Antonio Gil. Agregose al expediente otro sobre igual solicitud presentada por don Gerardo Flores Coronado, y aún se habló de un tercero, promovido por don Juan Martínez de Soria.
En esta conformidad, dijo Gil, evacuando su informe: «He visto los moldes, punzones y matrices que ha fabricado don Francisco Rangel, y digo que para no haber tenido enseñanza ni dirección alguna en el arte tan útil y necesario en esta imperial ciudad y todo el reino, me parece le otorgue V. A. lo que pide dicho Rangel. Le ha bastado el haber visto tres o cuatro veces que ha venido á mi oficina á ver las máquinas y utensilios de que se compone este arte de fundir y lo ha imitado muy bien y lo irá mejorando con la práctica».
Vuelto el expediente al Fiscal, pidió entonces que por su parte informasen los impresores don José de Hogal y don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, como peritos, manifestando si hallaban algún inconveniente en dicha pretensión, «extendiéndose á expresar el pié y arreglo en que está el Arte de la Prensa».
Largos e interesantes en extremo fueron los informes de estos impresores, y por lo tocante a Rangel, al mismo tiempo que aprobaban su persona y elogiaban su talento, temían que no llegase a lograr mantener una verdadera imprenta y que, así, más bien se perjudicase el público y ellos los primeros.
D. José Antonio de Hogal, el impresor de Palacio, como sabemos, con ese motivo calificó a Rangel de «sujeto de tan notoria habilidad, que nadie puede negar, decía, la aplicación con que se ha dedicado á dar á el público [208] obras de su mano, tan perfectamente ejecutadas, que han merecido el aplauso de todos los inteligentes, en su ejercicio de relojero, y en otros de igual prolijidad y delicadeza, ha manifestado su instrucción y rara habilidad. El motivo que tuvo para dedicarse á la fundición de caracteres de imprenta, fué sólo el haber visto los caracteres que yo hice para el uso de la Real Lotería, con cuyo estímulo comenzó á trabajar, y lo ha conseguido con tanta perfección, que he visto en su casa abundante número de punzones y matrices hechos de su mano para todas castas de letras; de modo que, dándole á su mérito el lugar que merece, será utilísimo para el público y para los impresores el que este sujeto se numere por uno de ellos, por lo que puede contribuir por su aplicación y habilidad notoria á el adelantamiento de este nobilísimo arte».
Con su vista, el Fiscal fue de opinión que se concediese a Rangel licencia para establecer la imprenta, con expresa calidad que, dentro del término que se le señalase, trajese imprenta de España, o, lo que tanto importa, saliéndose por la tangente, que perdiese su trabajo y cesase en su laudable empeño. Y a renglón seguido añadía: «y porque la fábrica de estos punzones ha sido siempre en España, y en esta parte puede sentir perjuicio su comercio», que se diese cuenta al Rey para que resolviese «si se había de permitir en estos reinos la fundición de punzones y letras de imprentas, o se ha de traer precisamente de España».
De acuerdo con lo dictaminado por el Fiscal, el Virrey dio cuenta al Monarca, en 27 de mayo de 1785, exponiendo los hechos que dejamos recordados y concluyendo por hacer la consulta, así en cuanto a la aprobación de la gracia concedida a Rangel, «como en cuanto á si en tal caso es necesario que traiga de España la letra y todos los demás utensilios para la imprenta».
Tramitado el negocio en el Consejo de Indias, «ha resuelto S. M., decía la real orden del caso, de 23 de Septiembre de 1786, que, así los referidos, como cualesquiera otros impresores de ese reino, hagan conducir de éstos las letras y demás utensilios que necesiten para sus imprentas».
Por fortuna para Rangel, en México acababa de resolverse otra cosa, pues, en 10 de mayo, de ese mismo año, obtuvo la licencia que pretendía y con efecto empieza a figurar como impresor en los primeros meses de 1787, hasta cuya fecha estuvo probablemente ocupado en fundir los caracteres que habían de servirle para su imprenta, la cual estableció en su misma oficina de relojería, ubicada en el Puente de Palacio; pero permaneció en funciones sólo hasta 1789, fecha en que tenía su taller en el Portal de Mercaderes, y trabajó tan poco que no se conocen sino seis obras tipográficas de su mano, contando entre ellas un opúsculo suyo, impresas todas con caracteres fabricados por él.
Sea por falta de clientela o ya porque sus ocupaciones de relojero y fundidor le resultasen más lucrativas, el hecho es que cesa en sus tareas de impresor en 1789, como decíamos, afirmación que hacemos en vista de que, fuera de no conocerse ningún trabajo tipográfico suyo posterior, en ese mismo año aparece por la Imprenta de los Herederos de Jáuregui su Discurso físico sobre la formación de las auroras boreales, cosa que no es probable aconteciera si hubiese conservado hasta ese entonces su propio taller.
En 1791, dio a luz su Impugnación del sistema de la formación de las auroras boreales de don Antonio León y Gama.
Aún vivía en mayo de 1814, y se ocupaba con todo éxito en el grabado y fundición de letras de imprenta.


HEREDEROS DE FELIPE DE ZÚÑIGA
(1793-1795)
Muerto don Felipe de Zúñiga y Ontiveros en la segunda mitad del año de 1793, según queda dicho, continuó su imprenta bajo el nombre de sus herederos, sin interrupción alguna, según parece, cosa que se explica muy bien cuando sabemos que su hijo don Mariano de Zúñiga tenía a su cargo desde tiempo atrás casi todo el trabajo y manejo del taller; pero sin duda no sería este el único heredero cuando, sin contar el hecho mismo de que el establecimiento no entrase a figurar desde luego con su nombre, existe un impreso de 1794, cuyo autor era el impresor don Mariano, en que expresamente se declara que salió de la oficina de los herederos de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros.
Continuó la imprenta bajo esa firma hasta el mes de abril o mayo de 1795, en que pasó a ser de propiedad de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros, y permaneció radicada en la calle del Espíritu Santo.



MARIANO JOSÉ DE ZÚÑIGA Y ONTIVEROS
(1795-1825)
Don Mariano José de Zúñiga y Ontiveros entró a suceder a su padre don Felipe de Zúñiga y Ontiveros en la propiedad de la imprenta, como le sucedió también en la redacción de la Guía de forasteros y del Calendario, cuyo privilegio pasó a ser suyo junto con la propiedad del taller tipográfico, y de que años más adelante se aprovechó haciéndolo extensivo a los que se necesitaban para la Puebla de los Angeles.
Para la dirección de éste estaba ya instruido en el arte desde tiempo atrás, y para la redacción de aquellos opúsculos y del Pronóstico de temporales le abonaban las enseñanzas de su padre y el título de «agrimensor titulado por S. M.» con que se hallaba decorado no sabemos desde cuándo, pero ciertamente en 1795.
Su labor tipográfica fue considerable, habiendo tenido a su cargo la impresión del Diario de México desde mediados de 1809 hasta su conclusión en 1812, y de su taller salieron, además, una multitud de opúsculos ascéticos y políticos y muchas, si no casi todas, las tesis de los graduandos en la Universidad. En los últimos años (1820) su imprenta era la del Superior Gobierno.
Su actuación como impresor pasa de los límites de la presente bibliografía. Conocemos trabajos publicados en su taller en 1823, y por su testamentaria en 1826. Creemos por esto que su muerte ocurriría en 1825
MARÍA FERNÁNDEZ DE JÁUREGUI
(1800-1815)

Por fallecimiento de don José Fernández de Jáuregui en fines de 1800, la imprenta que fue suya pasó a poder de doña María Fernández de Jáuregui, porque si bien hasta 1803 las portadas de los trabajos en ella impresos llevan de ordinario simplemente la nota de haber salido de la Oficina de la calle de Santo Domingo, existe uno de 1801 en que aparece ya con su nombre. Esta suscripción así en general desaparece ya definitivamente, como advertimos, en 1803, y la imprenta se llama desde entonces de propiedad de doña María Fernández de Jáuregui .


No nos es posible afirmar si sería o no hermana, como parece indicarlo la identidad de sus apellidos, pero no resultaría por ello aventurado creer que en efecto lo fuese y que, a título de tal, entrara doña María en posesión de la imprenta.
La señora Fernández de Jáuregui se manifestó como una mujer de trabajo y emprendedora. Sin contar con los numerosos opúsculos, y aún impresos de cierta extensión, que salieron de su taller, debemos recordar aquí que siguió también a cargo de los oficios de santos, de los cuales era titular su imprenta, e imprimió el Diario de México durante los años de 1805-1806, y los dos primeros tomos de 1812-1813 del mismo Diario en su segunda época. Tenía también anexa a él una tienda de librería.
El taller permaneció siempre ubicado en su antiguo local de la calle de Santo Domingo hasta el fallecimiento de su última propietaria, ocurrido en fines de 1815. Continuó todavía abierto durante más de un año, con la simple designación de «Imprenta de la calle de Santo Domingo», hasta que a mediados de 1817 lo adquirió don Alejandro Valdés, que se trasladó al local que ocupaba con el material tipográfico que hasta entonces había tenido en la calle de Zuleta.
JUAN BAUTISTA DE ARIZPE
(1807-1814) (1817-1821)
Son bastante precisos los datos de que disponemos para determinar la fecha en que don Juan Bautista de Arizpe inicia y concluye sus trabajos tipográficos. Así, sabemos que comenzó a imprimir el Diario de México el 1º de mayo de 1807, establecido en la primera calle de la Monterilla, y que por «contrato especial» el taller pasó a figurar a nombre de don José María Benavente en los primeros días de enero de 1814.
Arizpe había sucedido a doña María Fernández de Jáuregui en la impresión del Diario y la tuvo a su cargo hasta concluir el primer semestre de 1809, y en enero del siguiente año emprendió la de la Gazeta del Gobierno, que conservó hasta que traspasó la Imprenta, alcanzando a dar a luz cinco tomos de aquella publicación.
Esto por lo que toca al primer período en que Arizpe tuvo imprenta.
Expirado el contrato especial que había celebrado con Benavente, que no sabemos si fuera de arrendamiento o compraventa, ya por haberse enterado el plazo, o ya porque el comprador no cumpliese con lo pactado, es lo cierto que el taller volvió de nuevo a su poder en el mes de febrero de 1817, esto es, al cabo de tres años y unos cuantos días. El taller estuvo esta segunda vez en su mismo antiguo local de la primera calle de la Monterilla y continuó en funciones durante todo el período que abarca la presente bibliografía.
Tenemos por las mejores de sus obras tipográficas el Pasatiempo militar de Bayón (n. 10610) y la Destreza del sable de Frías.
MANUEL ANTONIO VALDÉS
(1808-1814)

Manuel Antonio Valdés y Munguía nació en México el 17 de julio de 1742. En 1764, esto es, cuando contaba veintidós años, le encontramos como impresor del Real y Más Antiguo Colegio de San Ildefonso, establecimiento que cesó de funcionar en 1767 con motivo de la expulsión de la Compañía de Jesús.
Desde luego, es difícil de creer que en aquellos tiempos hubiera podido cambiar de la noche a la mañana la profesión que había abrazado, y, en efecto, existen antecedentes que prueban que el joven impresor de los jesuitas siguió ejerciendo el arte de imprimir en un establecimiento tipográfico de los que por ese entonces tenían abiertas sus puertas en México. Y ese establecimiento no debió ser otro que el de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, si consideramos que en cuantos libros figura el nombre de Valdés, ya como impresor o editor, todos aparecen impresos en aquel taller. Así, por ejemplo, El llanto de México, publicado en 1775, lleva entre sus preliminares la licencia del Ordinario a Valdés para que pueda imprimir el libro, que salió de casa de Zúñiga. Otro tanto sucede con la Suma moral de Ferrer, impresa también en casa de Zúñiga, en 1778, con la particularidad de que en ese documento se le concede privilegio para que «ningún otro impresor lo pudiese ejecutar». En el Bosquejo del heroísmo de Bucareli, que es de 1779, se intitula él mismo «impresor de esta Corte», y el libro sale igualmente de casa de Zúñiga. Y como en estos casos, en varios otros en los cuales se notan la doble circunstancia del carácter de impresor de Valdés y de que los libros en que figura su nombre aparecen todos publicados en aquel taller. Puede aun afirmarse que después del fallecimiento de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, Valdés seguía acompañando al hijo de éste, don Mariano José, y que con él debió permanecer hasta que, allá por el mes de octubre de 1808, se estableció con imprenta propia en la calle de Zuleta, según podrá verse en la portada de la Oración de Díaz Calbillo.
No se sabe, las condiciones en que Valdés trabajo en casa de Zúñiga y Ontiveros, padre e hijo, y si las obras que editó fueron o no, en todo o en parte, de su propia cuenta o en compañía con sus patrones o socios.
Hay un hecho curioso, sin embargo, que demuestra que, si estaba en aquella casa, debió ser en condiciones ventajosas para él. Me refiero a que Valdés encargó a Madrid una imprenta en 1792, precisamente en los días que precedieron a la muerte de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, pero no para sí, ni para México, sino para que con ella se estableciese en Guadalajara, donde aún no se conocía el arte tipográfico.

Posiblemente Valdés habría continuado en los mismos términos que hasta entonces, si a fines de 1807 su hijo radicado en Guadalajara no hubiese caído tan gravemente enfermo, que se vio en el caso de hacerlo llevar con su familia a la capital, y poco después, según parece, la imprenta que había comprado para él, circunstancias que le pusieron en el caso de abrirla allí de su propia cuenta. Tal sería el origen de su salida de casa de Zúñiga y de la fundación del taller, que desde octubre de 1808, por lo que comenzó a figurar con su nombre
Pocos fueron los trabajos que realizó con él, pues no pasaron tal vez de cinco durante el año de 1809, habiendo continuado en funciones hasta que falleció el 8 de abril de 1814.
Debe advertirse que el Consejo de Regencia, por real orden de 30 de noviembre de 1810 concedió a Valdés los honores de impresor de cámara que cuidó siempre, como era natural, desde que ese título le llegó a México, en principios de 1811, de estampar en las portadas de las obras que salieron de su taller, y que en su tiempo gozó de la reputación de haber sido uno de los mejores y más exactos impresores que tuvo México.
Pero la persona de Valdés merece llamar la atención, no sólo como impresor, sino también como literato. Se le calificaba de «bien instruido en las bellas letras» y en comprobación de su aserto cita no menos de doce obras suyas.

El mérito y la labor de Valdés no están ni deben buscarse, en concepto nuestro, en sus opúsculos, sino en la redacción y publicación de las Gazetas de México, que inició en principios de 1784. En el lugar correspondiente se verá la intervención que cupo a nuestro impresor en esa tarea magna para aquellos tiempos y cómo, en 1810, a pesar de sus protestas, el virrey Lizana, calificándole, en nota a la corte, de anciano impresor, destituido de los conocimientos necesarios para la dirección de la Gazeta, se la quita para dársela al Licenciado Noriega: medida que, en el fondo, obedecía más que a eso, a que Valdés se había asociado para la redacción de aquella hoja a don Juan López Cancelada, caído entonces en desgracia ante el concepto palaciego.
Nos resta todavía que decir para terminar este bosquejo de la persona de Valdés, que, no contento con abarcar las tareas de impresor, las de diarista y autor de obras en prosa y verso, en 1793 se hizo empresario de coches, con las condiciones y privilegios establecidos en el bando de 6 de agosto de aquel año.


[1] RIVAS, Emma, “Impresores y mercaderes de libros en la Ciudad de México, siglo XVII”. p 71, p 76.
[2] DE LA TORRE, Villar, Ernesto, Breve historia del libro en México, UNAM, Coordinación de Humanidades, México, 1987, p. 67.
[3] Idem. p 70.
[4] MEDINA, La imprenta en la Puebla de los Ángeles, 1640-1821, UNAM, México, 1991, 823 p.
[5] FERNÁNDEZ, Ledesma, Enrique, Historia crítica de la tipografía en la Ciudad de México,UNAM, México, 1991, p 35.

lunes, julio 03, 2006

EL DEPOSITO LEGAL EN MEXICO
Conceptos :

El término Depósito Legal es definido por Ana María Amo y Suárez como "la obligación señalada por el Estado a todos los autores, editores, impresores y productores de obras de entregar en los lugares que en cada caso se señalan (generalmente las Bibliotecas Nacionales) un determinado número de ejemplares de sus publicaciones".
El glosario de la American Library Association (ALA) de 1983 y traducido en 1988 por Blanca de Mendizabal Allende, dice que el Depósito Legal es el "... requisito legal de propiedad intelectual según el cual uno o más ejemplares de una publicación deben de entregarse al organismo o biblioteca designada para ese efecto".
A parte de estas dos definiciones existen otras que lo definen como una ley por ejemplo la de Beatriz Massa de Gil "Ley que obliga a autores o impresores a depositar en determinadas bibliotecas cierto número de ejemplares de sus publicaciones con sanciones a los contraventores"; pero de acuerdo al nivel jerárquico de las normas jurídicas de nuestro país, no es lo mismo una ley que un decreto, pues la diferencia radica en el órgano de origen y aunque tienen la misma obligatoriedad jurídica no tienen la misma jerarquía y en México tiene el carácter de decreto.
Por lo anterior deducimos que el Depósito Legal es una norma jurídica por medio de la cual se obligan a personas físicas y morales que se dediquen a la producción de material documental a hacer la entrega de cierto número de ejemplares a las bibliotecas depositarias.
La definición del depósito legal ha venido variando a través del tiempo de acuerdo a los diferentes objetivos que ha tenido, inicialmente su objetivo era de carácter político o administrativo, con el fin de controlar las obras que veían la luz pública, posteriormente era el medio de garantizar la propiedad intelectual y finalmente a adquirido un sentido meramente cultural.
De acuerdo a la UNESCO el principal objetivo del Depósito Legal es el de acumular y preservar una colección nacional de materiales que contienen una biblioteca para su consulta.
Actualmente el decreto de Depósito Legal vigente tiene como objetivo el de integrar, custodiar, preservar y poner a disposición del público todos los materiales documentales editados en el país. El mismo decreto designa como bibliotecas depositarias a la Biblioteca Nacional y a la Biblioteca del Congreso de la Unión, que serán las encargadas de hacerlo cumplir.
Antecedentes en México
Los orígenes del Depósito Legal en México provienen de la ordenanza de 1711, en donde los autores debían enviar ejemplares de sus obras a la Librería Real como prueba de haber impreso el libro; en 1813 las Cortes de Cádiz establecen que también debían remitirse dos ejemplares a la Biblioteca de Cortés; estas disposiciones incluían a los impresores y estampadores del Reino español, así como a la provincia de la Nueva España,
"El 9 de marzo de 1822 el Congreso Constituyente Mexicano decretó: "que no se exija a los editores más número de ejemplares de sus papeles que el prevenido por el reglamento de la libertad de imprenta, y dos para el Archivo del Congreso, derogando todas las leyes y disposiciones anteriores que no se conformen con el presente decreto ".
El 30 de noviembre de 1846 en el decreto sobre el establecimiento de una Biblioteca Nacional, se ordena que todas las obras y periódicos que se publiquen en el país se pasará un ejemplar a la Biblioteca y en el decreto del 14 de noviembre de 1857, al suprimir la Universidad de México y destinar los libros de la misma, a la biblioteca Nacional, en su artículo cuarto ordena que los impresores de la capital tienen la obligación de contribuir para la Biblioteca con dos ejemplares de los impresos de cualquier clase que se publiquen.
Este decreto continúa vigente y el 24 de diciembre de 1936, año en que se crea la Biblioteca del H. Congreso de la Unión se decreta enviar dos ejemplares de libros de cada clase, periódicos o revistas a ésta por parte de los autores, editores e impresores del país.
No fue sino hasta el 31 de diciembre de 1957 que se hace un decreto de depósito legal en el que se incluyen ambas bibliotecas (la del Congreso de la Unión y la Nacional), teniendo los autores, editores e impresores del país la obligación de enviarles dos ejemplares de libros, periódicos y revistas que se publiquen, derogando así los decretos de 1857 y 1936.
El 9 de febrero de 1965 se publica el "Decreto que dispone que los editores de libros deberán remitir dos ejemplares a las Bibliotecas Nacional y del Congreso de la Unión, de cada una de las ediciones de los libros, periódicos y revistas que se publiquen con fines comerciales", éste deroga el de 1957, y el 23 de julio de 1991 se publica en el Diario Oficial de la Federación el nuevo decreto que deroga al anterior y que lleva por título "Decreto por el que se dispone la obligación de los editores y productores de materiales bibliográficos y documentales, de entregar ejemplares de sus obras a la Biblioteca Nacional y a la Biblioteca del Congreso de la Unión", el cual continúa vigente a la fecha.
Situación actual
De acuerdo al decreto de Depósito Legal vigente, menciona en su Artículo Segundo que todos los editores y productores de materiales bibliográficos y documentales, tienen la obligación de contribuir a integrar el patrimonio cultural de la Nación, cumpliéndola con la entrega de ejemplares de cada una de las ediciones y producciones de sus obras a la Biblioteca Nacional y a la Biblioteca del H. Congreso de la Unión.
En este decreto ya no se obliga a los autores la entrega de sus obras como en los decretos anteriores; la razón, quizá es porque la Ley Federal sobre Derechos de Autor vigente en ese momento (1991) no obligaba el registro de las obras intelectuales y artísticas, ya que en su Articulo 80 menciona que las obras quedarán protegidas aunque no sean registradas ni se hagan del conocimiento público.
El Depósito Legal constituye una fuente de enriquecimiento documental para las bibliotecas depositarias, la cuales son el medio de difusión que permite el acceso del pueblo mexicano a la información.
Para poder tener una aproximación del total de editoriales existentes, tenemos que durante el año de 1997 en la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM) se registraron 227 y en la base de datos del Sistema de Información Empresarial Mexicano 461. La CANIEM está integrada por personas físicas o morales dedicadas a la edición de libros, revistas y periódicos, en donde la mayoría de las empresas afiliadas se encuentran en el Distrito Federal y zona metropolitana. El SIEM fue establecido con la nueva Ley de Cámaras Empresariales y sus Confederaciones a fin de obtener una base de datos del sector productivo del país; sin embargo, ambas fuentes registran únicamente a las editoriales comerciales, sin contar al gobierno mexicano, que es considerado el editor más grande del país, pues el 25% de la producción anual en nuestro país corresponde a este sector, sin tomar en cuenta los libros de texto gratuito; y si se añadieran las publicaciones de las universidades públicas este porcentaje aumentaría en un 20%, lo que nos daría el 45% total de la producción anual de nuestro país por lo que sólo podríamos aproximarnos al total de editoriales comerciales de manera muy parcial, pues el total nadie lo conoce ni se tiene control de él.
Si bien, hay editoriales que cumplen periódicamente con el Depósito Legal, hay otras que no lo hacen y para hacer cumplir el decreto, la Biblioteca del H. Congreso de la Unión, envía recordatorios a los editores y productores incumplidos y vuelven a hacerlo cada vez que es necesario.
Es necesario que se concientizen los productores, editores de material documental de la importancia que tiene el cumplir con el Depósito Legal ya que es parte del patrimonio cultural de la nación, ya que esto permitirá al pueblo mexicano localizar la información reciente y necesaria para la realización de investigaciones que permitan el desarrollo científico y técnico del país.
BIBLIOGRAFIA
DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACION, martes 23 de Julio de 1991, TOMO CDLIV, NO. 17, pág. 12
Secretaría General
Secretaría de Servicios Parlamentarios
Dirección General de Bibliotecas

El siglo XIX fue el periodo en el que México comenzó su vida como nación independiente

ANTECEDENTES
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, aprobada por el Congreso el 4 de julio de 1776.
La consumación de la independencia de nuestros vecinos del norte, reconocida en el Tratado de Versalles el 3 de septiembre de 1783 que había sido lograda gracias a la ayuda de Francia, que en guerra con Inglaterra había ayudado a Washington a llevar a buen término su lucha. La imagen que se divulgó de la nueva nación fue la de un país que se había liberado del absolutismo de los reyes.
El pensamiento enciclopedista de varias figuras: Voltaire, que estaba en contra del despotismo, Montesquieu, que habló de la división de poderes; Rosseau, con sus ideas relativas a los derechos y libertades del individuo y Diderot y D'Alambert, que exaltaron la prioridad y la excelencia de la razón.
La Revolución Francesa (1789-1799) que abolió los privilegios, destruyó el poder real, los parlamentos y las corporaciones e inutilizó el poder de la iglesia.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano proclamada por la Asamblea Constituyente de Francia.
La invasión napoleónica de tropas francesas que tomaron las más importantes ciudades españolas en 1808, lo que hizo que Carlos IV abdicara en favor de su hijo, el príncipe de Asturias, llamado Fernando VII. Este último no fue reconocido por Napoleón y tanto él como su padre fueron hechos presos y hubieron de renunciar al trono.
Las noticias de la situación en España llegaron a la Ciudad de México el 14 de julio de 1808. Cuatro días después, el ayuntamiento de la Nueva España, “en representación de todo el reino español” entregó el 19 de julio de 1808, al virrey Iturrigaray un pliego con los siguientes puntos: que las reales renuncias eran nulas porque fueron “arrancadas con la violencia”; que la soberanía residía en todo el reino y en particular en los cuerpos que llevaban la voz pública “quienes la conservarían para devolverla al legítimo sucesor cuando se hallase (España) libre de fuerzas extranjeras” y que, el virrey debería quedarse provisionalmente en el poder. Los oidores objetaron la representación que se arrogaron los regidores pero éstos, aparte de sostenerse en lo dicho, propusieron que se reuniera una junta de las principales autoridades de la ciudad para examinar el asunto (virrey, oidores, arzobispos, canónigos, prelados, inquisdores, etc.) lo cual ocurrió el día 9 de agosto.
El licenciado Francisco Primo de Verdad y Ramos, síndico del Ayuntamiento planteó la necesidad de formar un gobierno provisional y propuso desconocer las juntas peninsulares. Los oidores opinaron lo contrario, pero todos acordaron en que Iturrigaray debía seguir al frente, como lugarteniente de Fernando VII, a quienes todos juraron fidelidad el 15 de agosto.
Para entonces ya eran ostensibles los dos pareceres antagónicos: los españoles sospechaban que el Ayuntamiento aspiraba a la independencia y los criollos suponían que la Audiencia deseaba mantener la subordinación a España, aun sometida por Napoleón.
Una mañana, en los muros de la capital apareció pegado el siguiente escrito:
Abre los ojos pueblo mexicanoy aprovecha ocasión tan oportuna.Amados compatriotas, en la mano las libertades ha dispuesto la fortuna;si ahora no sacudís el yugo hispano miserables seréis sin duda alguna.
Se había iniciado el movimiento libertario que daría a México su calidad de nación soberana.


Bibliografia
Enciclopedia Encarta: tomado de:





















miércoles, mayo 24, 2006


EX LIBRIS O MARCAS DE FUEGO



Ex libris consistente en una estampa pegada en el reverso de la cubierta de un libro viejo.
Loc. lat.: literalmente, de entre los libros de, es decir, libro procedente de entre los libros de...
Un ex libris es una marca de propiedad que normalmente consiste en una estampa, etiqueta o sello que suele colocarse en el reverso de la cubierta o tapa de un libro, y que contiene el nombre del dueño del ejemplar o de la biblioteca propietaria. El nombre del poseedor va precedido usualmente de la expresión latina ex libris (o también frecuentemente ex bibliotheca), aunque podemos encontrar variantes (p. Ej. "Soy de..." o similares).
Además de la leyenda que acredita la pertenencia del libro a una biblioteca personal o institucional, por lo general el ex libris exhibe también alguna imagen. Los ejemplos más antiguos emplean escudos heráldicos; posteriormente predominan imágenes de contenido alegórico o simbólico (muchas veces acompañadas de algún lema). La tipología de las imágenes se ha ido diversificando mucho: abundan por ejemplo las relacionadas con la profesión, actividad, gremio o afición del dueño, también se encuentran muchos de contenido erótico (que habitualmente señala la pertenencia del ejemplar a una colección especializada en esa temática), de tema "macabro" (con esqueletos o calaveras alusivos al paso del tiempo y a la muerte), monogramas, etc. Son frecuentes también los motivos relacionados con el mundo del libro y las bibliotecas.

En cuanto a la elaboración de los ex libris, las técnicas empleadas han ido evolucionando y son muy variadas: antes de la invención de la imprenta los ex libris consistían sólo en una anotación manuscrita; desde el siglo XV se han venido usando las diversas técnicas de grabado o estampación relacionadas con las artes del libro (xilografía, calcografía... y después también litografía, serigrafía, fotograbado, etc.); a estos procedimientos tradicionales se añaden hoy el diseño e impresión por ordenador o la reproducción fotográfica. También se emplean sellos de caucho o en seco (producen una estampación en relieve).
Una variante es la conocida como superlibros: en esta ocasión la marca escrita de propiedad y la imagen (usualmente heráldica) figuran en la encuadernación del ejemplar (estampados por gofrado sobre la encuadernación en piel, bordados sobre una encuadernación en tela...).

Suele citarse como primer antecedente una placa de barro cocido esmaltada en color azul con inscripciones jeroglíficas, conservada en el Museo Británico de Londres, que perteneció al faraón egipcio Amenofis III (s. XV a. C.) y que habría sido utilizada como marchamo de propiedad en los estuches de los rollos de papiro de su biblioteca.
Durante la Edad Media hay ejemplos de marcas de propiedad en códices, que consistían en anotaciones manuscritas.
Es a partir de la introducción de la imprenta y el uso de las técnicas de grabado cuando podemos hablar ya de ex libris en el sentido que le damos actualmente al término. Como se ha señalado, predominan en una primera etapa (del siglo XV al XVIII) los de tipo heráldico; a partir del siglo XVIII comienzan a prevalecer las alegorías, símbolos o emblemas.
A finales del siglo XIX e inicios del XX, los ex libris conocen un gran florecimiento propiciado por el Modernismo. Es asimismo en esta época finisecular, la del auge de la bibliofilia cuando crece el interés por esta afición (exlibrismo), aparecen los primeros coleccionistas, empiezan a surgir asociaciones y comienzan a celebrarse congresos y concursos. Surgen también en esta etapa los primeros estudios sobre el tema y las primeras publicaciones especializadas. En España, el primer tratadista sobre ex libris fue el Doctor Thebussem (seudónimo del erudito Mariano Pardo de Figueroa).

Actualmente se siguen realizando ex libris para muestra un boton en la siguiente direccion tenemos un ejemplo de ello:

http://www.urdanizdigital.com/









ANTONIO RICARDO
(1577-1579)




Era Antonio Ricardo, italiano, natural de Turín. Llegó a México, según es de creer, a principios de 1570.
¿Ricardo pasó con imprenta propia, o fue a Nueva España simplemente para ocuparse en alguna de las que allí por entonces existían? Si hubiese llevado imprenta, es extraño que no se conozca trabajo alguno en que figure su nombre antes de principio de 1577, de modo que es muy probable que su viaje a México obedeciese a algún llamado de los impresores allí establecidos, Antonio de Espinosa o Pedro Ochart -con más probabilidad este último- que, a todas luces, era del mediodía de Francia y que por sus relaciones en el norte de Italia se puso quizás al habla con Ricardo. Robustece esta hipótesis el hecho que luego veremos de que, andando el tiempo, ambos se asociaron.
Sospechamos, sin embargo, que alguno de la familia de Ricardo se hallaba establecido como impresor en España en 1576, pues en La Primera Parte de las Patrañas de Juan Timoneda, impresa en Alcalá por Sebastián Martínez, 1576, 8º, gótico, lleva entre los preliminares el privilegio dado en 8 de octubre de 1576, para «Alonso Ricardo, impresor».
La hipótesis que expresamos es muy verosímil, como se ve, y aun no sería de extrañar que en la impresión del privilegio se hubiese deslizado alguna errata, estampándose Alonso por Antonio, muy fácil de producirse por la manera de escribir en abreviatura ambos nombres con una A y una o, tan corriente entonces.
Nuestras investigaciones para descubrir algún libro estampado en la Península por ese impresor Ricardo han sido estériles. ¿Era, pues, ése el mismo que unos cuantos meses más tarde de la fecha que lleva el privilegio de nuestra referencia aparece imprimiendo en México? Si así fuese, tendríamos que por causas que no conocemos, haciendo caso omiso de las reales cédulas dadas en su recomendación en 1569, no se marchó por esos días a México sino que se quedó en la Península.
Sea o no cierta esta suposición nuestra, o que después de haber estado en México regresase a Europa para volver con imprenta, el hecho es que a principios de 1577, como decíamos, le hallamos con taller propio en el Colegio de San Pedro y San Pablo de los jesuitas.
De esta última circunstancia y de la de haber impreso algún libro de estudio para la Compañía, García Icazbalceta infería que «Ricardo acaso fué llamado por los jesuítas». No estamos conformes con la opinión del ilustre bibliógrafo. Con excepción de algunos de los libros propiamente de estudio impresos por Ricardo para los hijos de Loyola, de los cuales sólo se conocen cuatro hasta ahora, en ellos se lee en la portada: «In Collegio Sanctorum Petri et Pauli», pero siempre «Apud Antonium Ricardum», o sea, en casa de Antonio Ricardo.
En el último de esos libros declaró, además, que hacía la impresión «rogatum», rogado por el rector de dicho Colegio.
El hecho es que allí estuvo en funciones hasta mediados de 1579, y que en ese lapso de tiempo de dos a tres años -principios de 1577 a mediados de 1579- imprimió no menos de diez libros, el más notable de los cuales fue sin duda como obra tipográfica el Sermonario de Fr. Juan de la Anunciación, que salió a luz el 30 de septiembre de 1577. El 17 de Febrero del mismo año había concluido la impresión de otra obra notable, el tomo I del Doctrinalis fidei de Fr. Juan de Medina.
Pero para que no quede duda de que Ricardo tenía taller propio, aunque funcionaba en la casa de la Compañía, basta leer el colofón de la Suma y recopilación de cirugía de Alonso López, libro que terminó de imprimir el 26 de mayo de 1578, que no vio García Icazbalceta, en el cual se estampa textualmente: «en casa de Antonio Ricardo, a la Compañía de Jesús»; y aún en otra obra salida de sus talleres se limita a expresar la calle en que aquél se hallaba situado: «Via Apostolorum Petri et Pauli»
Mas, prescindiendo de estos antecedentes, que sólo prueban que nuestro tipógrafo tenía su taller en el colegio dicho, acaso para comodidad de los mismos jesuitas y en virtud de algún convenio cuyo texto no conocemos y en el que probablemente sus trabajos de impresión irían a cuenta de los cánones de arrendamiento, la circunstancia de que Ricardo hubiese salido para México en 1569, o sea dos años antes de que la Compañía de Jesús se estableciese allí, está probando de manera que no deja lugar a duda que Ricardo no pudo ser llamado por los jesuitas. Cuando éstos fundaron su Colegio de San Pedro y San Pablo, el tipógrafo piamontés hacía probablemente tres años a que se hallaba en la capital del virreinato.
En 1578, Ricardo se asoció allí con otro impresor, el francés Pedro Ochart. Tal es lo que resulta de la portada del Vocabulario en lengua zapoteca de Fr. Juan de Córdoba, publicado en aquel año, en la cual se expresa que fue «impreso por Pedro Charte y Antonio Ricardo». No podríamos decir en qué condiciones estuvieron ambos asociados, pero es claro que la compañía duró muy poco, desde que en el año inmediato siguiente ambos impresores aparecen trabajando cada uno de su cuenta.
Es indudable, asimismo, que en la liquidación de la compañía -si es que fue netamente ocasional- algunos de los materiales de Ochart pasaron a poder de Ricardo. Basta para convencerse de ello fijarse en que la hermosa viñeta con la figura de Cristo que empleó Ricardo en la Doctrina Cristiana de 1584, es la misma que se ve al frente de otro libro de la idéntica índole impreso por Ochart en México en el año en que estuvieron asociados.
No parece, pues, que fuera falta de trabajo lo que decidió a Ricardo a salir de México, cuando sabemos, como acabamos de verlo, que en el espacio de menos de tres años había impreso diez libros por lo menos: uno cada tres meses. ¿Cuál pudo ser entonces la causa que le determinó a trasladarse a Lima?
A nuestro entender, la idea que se formó de que allí le iba a ir aún mejor. En efecto, sabía que la capital del Perú abundaba de riquezas y de hombres doctos; que tenía una Universidad poblada de estudiantes que en ella iban a cursar hasta de los lugares más apartados del virreinato; que el gobierno de éste se consideraba como un ascenso del de México; y, a la vez, que carecía de una imprenta. El prospecto de las ganancias que un hombre de su oficio pudiera en Lima realizar era realmente tentador. Sabía, también, que en México había por aquel entonces no sólo un taller tipográfico sino varios, y si hasta ese momento no debía sentirse descontento, el porvenir que allí le esperaba no podía halagarle.
Quizás en su resolución de trasladarse al Perú influyó la buena coyuntura que se le presentaba del viaje que de México iba a emprender a su diócesis el inquisidor D. Alonso Fernández de Bonilla, nombrado obispo de la Plata, y que partía acompañado del séquito correspondiente a su alto cargo.
Deseoso de aprovechar esa favorable ocasión, gestionó activamente cerca del prelado a fin de que le alcanzase la respectiva licencia del Virrey para él, su mujer (mexicana, al parecer, pues se había casado allí) y dos compañeros suyos, Pedro Pareja y Gaspar de Almazán; y si bien Fernández de Bonilla apoyó su pretensión cerca del Virrey, sólo le fue posible obtenerla para Pareja, por razón de «ser Ricardo extranjero de los reinos de Su Majestad».
La situación se hizo entonces verdaderamente crítica para el pobre italiano; pero el dado estaba ya tirado y no era posible retroceder. Uno de los que presenciaron la escena que se produjo cuando Ricardo supo la negativa terminante del Virrey de boca del Obispo, refiere que le dijo: «que con su favor pasaría la vuelta de los demás, dando alguna cosa á los oficiales de los navíos, é por otra vía, como mejor pudiese, y que pedía por amor de Dios que con la recua que hubiese de enviar la ropa al puerto de Acapulco le llevasen algunas cosas suyas, y que se quería ir delante con los demás»
Y así lo hizo en efecto, habiendo partido de México para Acapulco en principios de Marzo de 1580, en la esperanza de alcanzar el navío en que se iba a embarcar, también para el Perú, el doctor Cárcamo y Arteaga. Desgraciadamente, él y sus dependientes Pareja y Almazán, llegaron tarde, de modo que allí los encontraron Fernández de Bonilla y sus allegados cuando a su turno arribaron al puerto.
Sea con voluntad del prelado o sin ella, el caso fue que Ricardo y los suyos «se metieron» en el navío San José y arribaron por fin al Realejo, aunque «mudaron diversos navíos», al decir de uno de los testigos de la información de que venimos aprovechándonos.
Muchos días, muchas semanas, meses enteros debieron permanecer en el Realejo en espera de un barco que los condujese al Perú, y de la licencia que aún sólo Pareja había conseguido -que de nuevo hubo de renovar en León, la capital de Nicaragua- y que Ricardo obtuvo al fin del gobernador Diego de Artieda Chirinos el 16 de Octubre de 1580, fundándola en consideraciones de carácter elevado y que le honran, si bien no faltaron quienes emitieran la sospecha de que al pobre Ricardo le había costado su dinero. Dos días después, esto es, el 18 de octubre, se hacía por fin a la vela en el navío Santa Lucía, llevando registrados y cargados los moldes y aparejos necesarios para su oficio de impresor de libros.
Los percances de Ricardo no terminaron allí. Llegado a Lima, y cuando tenía montado su taller unos cuantos meses más tarde, se encontró con que en la capital del Perú no se podía estampar libro alguno, en virtud de expresa prohibición real».
Pero como Ricardo estaba ya bien escarmentado de los sinsabores que su calidad de extranjero le iba ocasionando en América, cuando quiso instar para que se derogase esa prohibición, en agosto de 1581, ya no ocurrió él al soberano, sino que se valió de su dependiente Pedro Pareja, que era evidentemente español, para que a su nombre se tramitase el negocio.
Pareja, o mejor dicho Ricardo, comenzó por buscar apoyo en las corporaciones limeñas más directamente interesadas en que hubiese imprenta en la capital del virreinato, o mejor dicho, para que se permitiese entrar en funciones a la que él había llevado allí a costa de tantos sacrificios; y en efecto logró que intercediesen en favor de su idea, que para él significaba el pan de cada día, el Cabildo Secular y el Claustro de la Universidad, que hacía poco se había fundado. Y la cosa no era para proceder de otro modo, cuando sabía que quien debía otorgarle el permiso era nada menos que el suspicaz y receloso Felipe II. Y ambas corporaciones, con pocos días de diferencia, escribieron al monarca, no sin cierta timidez, en apoyo de la solicitud de Pareja, que hacía valer en su memorial «cómo la experiencia había acreditado cuán necesario era que en aquellas partes hubiese imprentas para poder dar á luz cartillas y libros de devoción».
El Cabildo decía, por su parte, que la imprenta era entonces necesaria en Lima «por haber Universidad, personas que se daban á las letras e inclinarse ya los naturales á la vida política» y por lo que tocaba al ennoblecimiento de esos sus reinos.
Los doctores la reclamaban, a su vez, a fin de que se pudieran imprimir libros para los principiantes, cartillas para los niños, y para los actos y conclusiones que de ordinario se celebraban en las aulas universitarias.
Una y otra corporación no hacían caudal de las restricciones con que la licencia se concediese: les bastaba con que se derogase, en los términos y con las limitaciones que se tuviese a bien, la prohibición que les tenía con las manos atadas para componer una página en letras de molde.
Pareja, o Ricardo, lo repetimos, quería que, además de la licencia, se le concediese privilegio por algún tiempo y cierto número de indios como ayuda de costa.
Felipe II, después de imponerse del memorial y de las cartas de que hacemos mérito, con fecha 22 de agosto de 1584 dirigió al Virrey y Audiencia una real cédula para que le enviasen relación de la necesidad que hubiera de una imprenta, si convendría dar a Pareja la licencia que solicitaba, con qué condiciones «y si en ello había inconveniente, y por qué causa».
¡Y cosa curiosa! Cabalmente diez días antes que el monarca firmase esta orden, ¡la Real Audiencia de Lima autorizaba a Ricardo para que diese allí a luz la Doctrina cristiana y catecismo para instrucción de los indios!
¿Cómo se había verificado este hecho tan singular?
Habrá que ver:
Hacía justamente un año desde que Ricardo se hallaba en Lima con sus tipos listos para funcionar, cuando se dio comienzo al concilio provincial convocado y presidido por el arzobispo Mogrobejo. En la primera sesión, que tuvo lugar el 15 de agosto de 1582, se nombraron personas versadas en las lenguas del país que se encargasen de redactar un catecismo y otros libros de doctrina para los indios, necesidad que se venía haciendo sentir desde tiempo atrás y que había preocupado, no sólo a los eclesiásticos sino también a los virreyes y al propio monarca.
El siguiente párrafo de una carta de don Francisco de Toledo a Felipe II, hasta ahora inédita, da razón de los temperamentos que ya en 1572 se habían ideado a fin de que no se careciese por más tiempo de unos libros de tanta importancia para la conversión de los indígenas:
«En cuanto á los catecismos, será muy conveniente el haber uno para todo lo de este reino, como V. M. dice que enviará, y que en el concilio se junten las mejores y más propias lenguas que se puedan hallar para volverle en la lengua vulgar y general de estos naturales, porque no volviéndose en su lengua, aprovéchales poco, y es interpretado por ruines lenguas de cada clérigo o fraile, donde hay y puede haber muchos errores, y porque no los haya, parece que en el Concilio se examine mucho el frasis y naturaleza de vocablos con que se ponen, que aunque las lenguas de este reino varían y son algo diferentes, las de las provincias no se pueden poner sino en la general, que es la que más abraza todas las otras y la que los Ingas mandaban saber á todas las provincias que iban tiranizando, y parecería muy conveniente que, vuelto el dicho catecismo que V. M. mandase, en la lengua vulgar, con la reexaminación susodicha hecha en el concilio, se enviase á imprimir á esos reinos, ó á la Nueva España, como allá se ha hecho, y se trajese cantidad de estos catecismos impresos con esta autoridad y examen del Concilio, porque correrá menos peligro de pervertiré ó mudar algunas palabras, sembrando errores, andando impreso y bien corregido, que no de mano, y también por el recatamiento que V. M. tiene de que no haya acá impresiones, se saneaba con imprimirse allá y no haber acá la dicha impresión.
Ya se ve, pues, que el Concilio, al ordenar el arreglo del Catecismo, no hacía sino ajustarse a los deseos mismos del monarca, quien, por lo que hasta ahora sabemos, no envió al fin el que había ofrecido al virrey Toledo.
Así, la situación no había cambiado cuando se verificó la primera reunión del concilio. En la segunda, que tuvo lugar un año más tarde, se aprobaron los catecismos que presentaron las personas diputadas al intento, pero se reconoció, a la vez, que, caso de no darse a la imprenta, iban a ser de muy poco fruto. Reconociese también que no era posible verificar la impresión en la Península, donde no había peritos en las lenguas indígenas, y que no era posible tampoco que a ese bolo efecto hicieran viaje los que existían en el Perú. Y esto fue lo que desde luego se manifestó por los padres del concilio a la Real Audiencia, que gobernaba entonces por falta de virrey, y lo que ésta, a su turno, significó al monarca. Asimismo, los jesuitas, a quienes había cabido parte principal en la redacción de aquellos libros, se apresuraron a su turno a representarlo a Felipe II por medio del procurador que mantenían en Madrid.
Ante la evidencia de los hechos expuestos, el monarca no pudo desentenderse por más tiempo de dar la autorización que se pedía para que la impresión se hiciese en Lima, y por real cédula de 7 de agosto de 1584, ganada por el jesuita Andrés López, y dirigida al Conde del Villar, le ordenó que «luego diese orden cómo, habiéndose hecho en los dichos Catecismos y Doctrinas el examen que convenga, se impriman en esa tierra.
Por su parte, la Real Audiencia vacilaba todavía en otorgar esa licencia en 2 de mayo de 1583, fecha que lleva la carta suya escrita al Rey a que hemos hecho referencia; pero tanto se dilataba la resolución de la Corte y tanto urgía la necesidad de la impresión de esos libros para la conversión de los indios, que, por fin, en 13 de Febrero de 1584 dictaba el auto «en que daban y dieron licencia para que en esa ciudad, en la casa y lugar que esta Audiencia señalase, o en la que nombrasen las personas a quienes se comete, y no en otra parte alguna, so las penas que abajo irán declaradas, Antonio Ricardo, piamontés, impresor, que de presente está en esta ciudad, y no otro alguno, pueda imprimir é imprima el dicho Catecismo original», etc.
Dispuso, asimismo, que el taller se estableciese en el aposento del Colegio de la Compañía de Jesús, que el rector de él, padre Juan de Atienza, designase, y que éste o el padre José de Acosta, junto con dos de los que se hallaron a la traducción en lenguas indígenas y uno de los secretarios del Tribunal, asistieran a la impresión.
Cualesquiera que fuesen las limitaciones de esa licencia, Ricardo, después de aguardarla durante tres años, podía por fin comenzar a mover su prensa. La batalla contra los recelos y cavilosidades del monarca y sus delegados estaba ganada y ¡la América del Sur contaba desde ese día con una imprenta!
Hallábase Ricardo empeñado en la impresión de la Doctrina christiana y catecismo para instrucción de los indios y debía de tenerla ya bastante adelantada, si no próxima a concluirse, como que es de suponer que no tardaría en poner manos a la obra desde que había sido autorizado para ejecutarla por el auto de 13 de febrero de 1584 a que acabamos de referirnos, pero sin duda no la terminaba aún en 12 de agosto de dicho año, fecha que lleva la provisión real que se encuentra entre los preliminares del libro, cuando se recibió en Lima, por la vía de Tierra firme, en 19 de abril, una real pragmática, datada en Aranjuez, a 14 de mayo del año anterior, que venía, en realidad, a ser repetición de otra dada en Lisboa en 29 de septiembre de 1582 y publicada en Madrid en 3 de octubre de ese mismo año
Como el texto de esa pragmática es conocido de los americanistas sería ocioso que la reprodujéramos aquí, debiendo limitarnos, por consiguiente, a dar una breve noticia de sus disposiciones.
Se mandaba por ella que en todos los dominios de España debía cumplirse lo acordado respecto de la reforma del Calendario por el papa Gregorio XIII, que ordenaba se quitasen diez días al mes de Octubre de 1582, contando quince el día cinco, «como se hizo», y disponiendo que en la misma forma se aplicase el cómputo para el año 1583, considerando, sin duda, que la reforma no había podido ser realizada en todas sus partes en el precedente.
«Y porque, añadía la real pragmática, en algunas de las partes de las dichas nuestras Indias, por estar tan distantes, no podrán tener noticia de lo susodicho que Su Santidad ha ordenado y en esta ley se contiene para poder hacer la disminución de diez días en el mes de Octubre desde presente año, ordeno y mando que se hagan el año siguiente de ochenta y cuatro, ó en el primero que de lo susodicho se tuviere noticia y esta ley en los dichos reinos fuere publicada, según que Su Santidad lo provee y ordena: lo cual mandamos guardéis y cumpláis y ejecutéis...; y porque lo susodicho venga á noticia de todos y ninguno pueda pretender ignorancia, mandamos que esta nuestra carta sea pregonada públicamente en las ciudades donde residen nuestra Audiencias y Chancillerías Reales de las dichas nuestras Indias, y se repartan las copias impresas de ellas por las demás partes, de manera que en todas se entienda y sepa lo que Su Santidad ha ordenado y es nuestra voluntad se guarde...»
Con vista de esta orden, se pregonó en la plaza pública de Lima la real pragmática, en 26 de Junio de 1584, esto es, dos meses y siete días después de haber sido recibida, y como sin duda los ejemplares impresos que llegaron no fueran bastantes, en 14 de Julio los oidores, «estando en acuerdo de gobierno,... mandaron que la pragmática... se imprima, para que las copias de ella se envíen á todas las partes de este reino, para que en ellas se cumpla»...; y «que la dicha pragmática real se imprima en esta ciudad, en letra de molde, por el impresor que en ella hay, poniendo por cabeza la dicha real cédula por donde se manda imprimir, para el dicho efecto que Su Majestad manda, y que el señor licenciado Ramírez de Cartagena, oidor... á quien se le cometió, tome cargo de la hacer imprimir...».
Apenas necesitamos advertir que el impresor que había por ese entonces en la ciudad no era otro que Antonio Ricardo, quien tuvo, en virtud de esta orden, que suspender la impresión de la Doctrina christiana para ocuparse de la tarea que nuevamente se le encargaba.
En el colofón, como se ha visto, no se señala el día en que la impresión de la pragmática se acabó; pero como de seguro Ricardo empezaría el trabajo inmediatamente después de habérsele notificado el auto de los oidores de 14 de julio y, dada la corta extensión de aquél, es muy probable que la impresión quedara terminada en unos cuantos días y, por consiguiente, en los últimos de ese mes de julio. En todo caso, de nota en letra manuscrita de la época, que se registra al pie de la cuarta página del ejemplar que hemos descrito, se advierte que la real pragmática fue pregonada en Quito el 17 de Agosto de 1584, o sea, cinco días después de la fecha que lleva la provisión que se insertó entre los preliminares de la Doctrina christiana de aquel año, primer libro impreso en la América del Sur.
Si descontamos el tiempo que ha debido transcurrir para que la real pragmática impresa llegase a aquella ciudad, tendremos, pues, como indicábamos, que ha debido salir de los moldes en fines de julio, o a más tardar a principios de agosto de ese año, y, por lo tanto, un mes o poco menos antes de que viese la luz pública la Doctrina christiana.
De aquí también por qué, hasta hoy, según decíamos, la Pragmática sobre los diez días del año puede reclamar para sí el honor de haber sido, si no el primer libro, al menos el primer folleto impreso en la América del Sur
Autorizado para ejercer su arte en Lima, Ricardo, después de dar remate en 1585 a las impresiones de los textos de doctrina cristiana aprobados por el concilio, puso mano en el año inmediato siguiente al Arte y vocabulario quechuas, haciéndolo preceder de un proemio o dedicatoria dirigida al virrey Conde del Villar, expresándole que «con mucha solicitud y costa suya» había impreso aquellas obras y le dedicaba entonces la última, sin la cual «estaban como mancas y poco inteligibles» las primeras, para que se animasen otros á aprovecharse de ellas, y por su parte «á intentar otras cosas de mayor provecho á la república».
La suerte no le fue propicia, sin embargo, a pesar de los elevados propósitos que manifestara en aquella ocasión, tanto, que en Mayo de 1596 le encontramos con sus bienes «secuestrados» y retraído en el Convento de San Francisco para escapar a las persecuciones de sus acreedores.
El último libro impreso por Ricardo en Lima es el Sermón de fraile Pedro Gutiérrez Flores, cuyos preliminares están datados en Marzo de 1605. El 19 de Abril, Ricardo era enterrado en la Iglesia de Santo Domingo)
Las bibliotecas antiguas de México

Las bibliotecas antiguas de México están compuestas, en su mayoría, por libros impresos que datan del siglo XV al XIX; a las que corresponden al periodo colonial, se les denomina bibliotecas novohispanas. Su formación se debe a los religiosos de las distintas órdenes, quienes para cumplir su misión evangelizadora y educativa requirieron textos formativos o de esparcimiento. Además de obras que cubrieran las necesidades intelectuales y recreativas de particulares.
La iglesia a través de las distintas órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas y mercedarios) ejerció un importante papel en el proceso civilizador de América. Desde sus orígenes, la instrucción, como en Europa, estuvo en manos de los religiosos; para ello se construyeron bibliotecas al amparo de los conventos, útiles a las escuelas dedicadas a la enseñanza de la lectura, escritura y doctrina de la santa fe. Más tarde los cabildos se interesaron por la apertura de colegios a cargo de maestros seglares y por la fundación de la Real y Pontificia Universidad; instituciones que también ostentaron bibliotecas de mayor o menor importancia.
De acuerdo con la obra Historia de las bibliotecas novohispanas, escrita por el doctor Ignacio Osorio Romero (siglo XVI), hubo bibliotecas en colegios y seminarios conformadas por las colecciones privadas de obispos, como la del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco cuyos libros pertenecieron al obispo Juan de Zumárraga; también existieron en el Colegio de San José de los naturales (1527); el Colegio de San Nicolás Obispo (1538); en la Real y Pontificia Universidad (1553); el Colegio Mayor de Santa María de Todos Santos (1573); el Colegio de San Pablo (1575) de los agustinos en la ciudad de México; el Colegio de Santa Cruz en Oaxaca, fundado en el último cuarto del siglo; el de San Luis Rey (1585) de los dominicos en Puebla.
Por otro lado, las fundaciones jesuitas que durante este primer siglo tuvieron bibliotecas fueron, en primer lugar, el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (1574); el Colegio de San Ildefonso (1583) ambos en la ciudad de México. En segundo lugar, los colegios jesuíticos dedicados a la enseñanza en Pátzcuaro (1574), Oaxaca (1579), Puebla (1579), Valladolid (1580), Guadalajara (1585), Zacatecas (1591) y Durango (1593). A ellos habría que añadir el noviciado jesuítico en Tepotzotlán (1580) y el Colegio de San Juan de Letrán (1547).
Los temas principales de estas bibliotecas conventuales respondieron a las necesidades de predicación y administración de los sacramentos; en cambio los de los colegios fueron de filosofía, derecho, teología y literatura; su lengua principal fue el latín, acompañado del español, francés e italiano.
Las primeras bibliotecas particulares de Nueva España pertenecieron a frailes y miembros del clero como Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Julián Garcés, Juan de Gaona y Alonso de la Veracruz.
Durante el siglo XVII existió una amplia red de bibliotecas como consecuencia de las expediciones. En lo que se refiere a las particulares están las que pertenecieron a Bartolomé González, Francisco Alonso de Sosa, Alfonso Núñez, Melchor Pérez de Soto, Carlos de Sigüenza y Góngora y Juana Inés de la Cruz; acervos que reflejan los intereses intelectuales de un periodo especialmente inquieto y angustiado por explicar y demostrar la grandeza de nuestra historia, aunque no prescinden de las obras de autores grecolatinos, conceden más importancia a la literatura en lengua castellana, sorprende también su preocupación por adquirir libros científicos más actuales en Europa como las obras de Copérnico, Tycho Brahe, Galileo y Kepler, libros de arquitectura y medicina, especialmente de médicos españoles; en el campo de la filosofía y teología, al lado de las Biblias y Santos Padres, se encuentran las obras de Erasmo, de los filósofos herméticos, de los humanistas del Renacimiento y de los juristas de la época (doctor Osorio).
Las bibliotecas conventuales en el siglo XVII crecieron notablemente, sin embargo, los temas de sus colecciones eran los mismos, entre ellos destacan la patrística, las Sagradas Escrituras, las diversas corrientes teológicas, la hagiografía o vida espiritual, reglas y constituciones de la orden y grandes cantidades de sermones. La orden religiosa que tuvo mayor número de bibliotecas fue la franciscana, la más importante la del Convento Grande de San Francisco de la ciudad de México, aunque existieron 62 más.
El doctor Osorio tuvo como fuente las Memorias redactadas por Francisco de la Rosa Figueroa, personaje que cita los conventos de:
1. Santiago Tlatelolco
2. San Cristóbal de Ecatepec
3. Santa María Asumpta de Otumba
4. Santa María de Todos Santos de Zempoala
5. San Simón y San Judas de Calpulapan
6. Santa María Asunción de Apam
7. San Juan Bautista de Tulancingo
8. San Pedro y San Pablo de Zacatlán
9. Santa María la Redonda
10. Santa María de la Visitación de Tepepam
11. La Asunción de Cuernavaca
12. San Bernardino de Xochimilco
13. Santa María Asumpta de la Milpa
14. San Antonio Tecomic
15. Santiago de Chalco
16. San Juan Bautista de Temamatla
17. Santa María de Ozumba
18. San Luis de Tlalmanalco
19. San Miguel de Coatlichán
20. San Luis de Huexotla
21. San Antonio de Texcoco
22. San Andrés de Chiautla
23. Consolación de San Cosme
24. San Gabriel de Tlacopam
25. Corpus Cristi de Tlalnepantla
26. San Lorenzo de Tultitlán
27. San Francisco de Tepexic
28. San José de Tula
29. San Bartolomé de Tepetitlán
30. San Martín de Alfajoyucan
31. Santiago de Tecozautla
32. San Mateo de Hueychiapam
33. San Jerónimo de Aculco
34. San Pedro y San Pablo de Xilotepec
35. San Miguel Tzinacantepec
36. Santa María Asumpta de Toluca
37. San Pedro y San Pablo de Calimaya
38. San Juan Bautista de Metepec
39. San Francisco de Tepoyanco
40. La Asunción de Tlaxcala
41. San Juan Totola
42. Nativitas de Tlaxcala
43. San Felipe de Tlaxcala
44. San Juan Bautista de Atlaucatepec
45. Santa María de Texcalac
46. San Luis de Huamantla Santa María Nativitas Xalapam
47. San Miguel de Huejotzingo
48. San Andrés de Calpam
49. Santa María Asumpta de Tochimilco
50. San Martín de Quahquecholac
51. Santa María de la Visitación de Atlizco
52. San Gabriel de Cholula
53. San Francisco de Totomehuacan
54. San Juan Bautista de Quahtinchán
55. Santiago de Tecali
56. Santa María de la Asunción de Amozoc
57. Tepeaca
58. San Juan Evangelista de Acatzingo
59. Santa María Asumpta de Tecamachalco
60. Santa María de la Concepción de Tehuacan
61. Mexicalzingo
62. Cuatitlán

Los carmelitas, mercedarios, dominicos y agustinos también tuvieron bibliotecas. En este sentido las de los jesuitas cobraron, en el siglo XVII, singular importancia por su cantidad y calidad, debido a la Ratio studiorum, esto es, a su sistema educativo, existieron:

1. Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo
2. Real y más antiguo Colegio de San Ildefonso
3. Colegio de San Gregorio
4. Casa Profesa
5. Colegio de Santa María de las Parras
6. Colegio de Chihuahua
7. Colegio de Celaya
8. Colegio de San Luis de la Paz
9. Colegio de Oaxaca
10. Colegio de San Jerónimo de Puebla
11. Colegio del Espíritu Santo de Puebla
12. Colegio de San Ignacio de Puebla
13. Colegio de San Francisco Xavier de Puebla

En el periodo denominado “ilustrado” (1767-1821) las bibliotecas privadas de las que se tiene noticias son las pertenecientes a Juan José de Eguiara y Eguren, José Ignacio Bartolache, Antonio de León y Gama, Antonio de Alazate y Benito Díaz de Gamarra. Los idiomas en que están escritos sus libros son francés, italiano e inglés. Se hallan las obras de Descartes, las de los enciclopedistas franceses, sobre todo de Voltaire y Rosseau, las de los llamados controversistas o refutadores, también se encuentran de ciencia novohispana como europea, escritas por Newton, Malpighi, Linneo, Bufón, Gassendi y Leibniz. Las bibliotecas conventuales, por su parte, continuaron apegadas a los autores tradicionales, sólo incorporaron las obras de controversia escritas por Muratori, Jacquier, Nonnote, Bergier y Caraccioli.

Las bibliotecas conventuales durante los siglos XVIII y XIX fueron la de la Real Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, del Convento Imperial de Santo Domingo de México y las franciscanas de los conventos de la Santa Recolección y Noviciado de San Cosme y la del Colegio Apostólico de San Fernando.

Durante el periodo “ilustrado” sucede en México uno de los acontecimientos que afectará en gran medida la historia de las bibliotecas antiguas: la expulsión de los jesuitas (1767), ya que sus libros formaron los acervos de los nuevos centros de estudios denominados seminarios y universidades, los cuales poseían bibliotecas como parte principal de la estructura educativa : Seminario de Oaxaca; Seminario Palafoxiano de Puebla (actual Biblioteca Palafoxiana); Seminario de Guadalajara; Real Colegio Seminario Tridentino de México; Seminario de Durango; Seminario de Valladolid (Morelia); Seminario de Chiapas y el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Mérida.

Los colegios que tuvieron bibliotecas y que se crearon en esta misma época fueron: Reales Colegios de San Ignacio y San Francisco Xavier de Querétaro; Colegio de San Luis Gonzaga de Zacatecas; Colegio Carolino de Puebla; Colegio de San Pablo de los Agustinos de México; Colegio de la Inmaculada Concepción de Celaya. Otras instituciones de nueva creación que tuvieron importantes acervos fueron las de la Real Academia de San Carlos; Real Seminario de Minería; Jardín Botánico, la Universidad de Guadalajara y la Biblioteca Turriana.
La organización de las bibliotecas coloniales o novohispanas fue a través de una catalogación temática y alfabética de autores. A diferencia de otras, las de México se distinguen, porque sus libros tienen una marca de propiedad o calcograma estampado a fuego con hierro candente en uno de los cantos que hoy en día se denomina marca de fuego. Pocas bibliotecas emplearon ex libris en estampa como la Turriana, la del Convento de San Francisco y el Seminario de Morelia, lo que si era de uso común es el ex libris manuscrito en español o en latín.
En el siglo XIX México se independizó, lo que trajo el movimiento liberal. La antigua doctrina, por tanto, era contraria al pensamiento del momento, causa por la que casi todas las bibliotecas coloniales fueron presa de los vaivenes políticos y las pocas que se salvaron, se dispersaron o pasaron a manos de las actuales universidades. Sin embargo, la importancia de las bibliotecas antiguas en el contexto histórico de México es constante, pero quizá su beneficio más valioso consiste en que sus libros permiten la reconstrucción de los procesos culturales de nuestro país en relación con la historia de las ideas.

Bibliografía
OSORIO Romero, Ignacio, Historia de las bibliotecas novohispanas, México, SEP, Dirección General de Bibliotecas, 1987, 282 p.
UN PEQUEÑO Y ESCURRIDIZO AUTOR ANONIMO:

Vicente de Paula Andrade


Nacido en 1844 y fallecido en 1915, fue canónigo de la Basílica de Guadalupe, bibliógrafo y ensayista histórico. Es autor del Ensayo Bibliográfico mexicano del siglo XVII, publicado en México en 1900. Su obra antiguadalupana consistió principalmente en su Estudio histórico sobre la Leyenda Guadalupana, conjunto de notas impresas en México, Imprenta de Buznego y León en 1908. En 1888 hurgó en el escritorio de Francisco del Paso y Troncoso, hurtándole una copia de la Carta de García Icazbalceta, la cual tradujo a un mal latín y la publicó anónimamente con el título de De B.M.V. Apparitione in Mexico sub titulo de Guadalupe, exquisitio historica. Apunta Edmundo O´Gorman que fue impresa en México, Imprenta de Epifanio Orozco. En diciembre del mismo año, Andrade costeó una edición de las Informaciones de 1556 con notas antiaparicionistas suyas, de Del Paso y Troncoso y de José María Agreda y Sánchez. La publicación dice "Madrid, Imprenta La Guirnalda", pero en realidad fue impresa en México, en la Imprenta de Albino Feria. En 1890 publicó unas notas antiaparicionistas que después insertó en una edición de las Informaciones de 1556 realizada en 1891. En 1892 Fortino Hipólito Vera publicó una refutación a la Carta de Icazbalceta, su Contestación histórico-crítica, donde traducía al español la publicación latina hecha por Andrade. Éste tomó la traducción de Vera, le quitó las refutaciones, y la publicó ánonimamente en 1893, con el título Exquisitio historica. Anonimo escrito en latín sobre la aparición de la B.V. de Guadalupe, Traducido al español por Fortino Hipólito Vera, canónigo de la Insigne y Nacional Colegiata de Guadalupe, Jalapa, Tipografía de Talonia. Lo cual es falso, pues en realidad no existe ninguna "Tipografía de Talonia", sino que fue impresa por Albino Feria en la ciudad de México. Y todavía en 1896 tuvo el descaro de protestar contra sus propias publicaciones de la Carta de Icazbalceta, junto con el Cabildo de la Colegiata. Podemos ver, por lo tanto, que tuvo una obsesiva aversión a la tradición guadalupana, que publicó anónimamente panfletos antiaparicionistas y que pretendió cubrirse "protestando" por ello. Alfonso Junco, en El milagro de las rosas, lo califica de servandesco, psicopatológico y amigo de la masonería . En el Apéndice séptimo de su Destierro de sombras..., Edmundo O´Gorman proporciona muchos datos sobre las maniobras de Andrade. Fue efectivamente una fea actitud la suya, más siendo canónigo de la Colegiata, y no es un buen ejemplo a seguir para los antiaparicionistas. La sinceridad de García Icazbalceta contrasta con la hipocresía y cobardía de Andrade, quien nunca dio la cara por sus publicaciones. Sus objeciones: Se dedica a impugnar que S.S. Benedicto XIV haya dicho Non fecit taliter omni nationi, en referencia a la Guadalupana, manifiesta su aversión hacia Mons. Antonio Plancarte y Labastida, acusándolo de intrigar en el asunto de la "corona borrada" en 1895. Contra Juan B. Muñoz afirma que la ermita del Tepeyac la construyó Montúfar y no Zumárraga. Descalifica a las Informaciones de 1666, sugiriendo que "se prohiban". En sus "aditamentos" a las Informaciones de 1556 que publicó en 1888 y 1891, no hace sino repetir muchos de los argumentos de García Icazbalceta, al mismo tiempo que cree que efectivamente el indio Marcos pintó la imagen original. Refutando a García Icazbalceta se refuta a Andrade en casi todos sus puntos, a la vez que se hace énfasis en que Sahagún desmintió a Bustamante al decir que "no se sabe de cierto" el origen de esa Tonantzin, descartando con ello la autoría de Marcos.


MARTINES, Luis. Apuntes antiguadalupanos. planta, Madrid 1999

domingo, abril 02, 2006

El libro y la imprenta en España de 1468-1514 y los libros de caballería.


Durante el siglo XV es cuando la cultura occidental alcanza su máximo florecimiento y su capacidad mayor de expansión, es en este siglo cuando alcanza el libro sus máximas posibilidades, la de multiplicase indefinidamente por medios mecánicos y difundirse en núcleos cada vez mas amplios.

En España la imprenta llega después del 1470, y se considera que uno de los primeros libros impresos en España es el Sinodal de Aguilafuente, impreso por Juan Parix de Heidelberg en Segovia el año 1472. El hecho de que fuera Segovia la primera ciudad de la que se tenga constancia que dispuso de imprenta resulta en principio sorprendente, si se tiene en cuenta que el reino de Aragón estaba más próximo y más relacionado con Italia, y su vida cultural era más intensa debido al mayor desarrollo de las ciudades. Sin embargo, hay que considerar que Segovia vivía momentos de esplendor, el rey le había concedido primacía sobre las demás ciudades de su reino y se desplegaban en ella numerosas actividades: era el centro de la vida política y allí fue proclamada reina Isabel la Católica en 1474.

Las primeras obras de la imprenta en España se caracterizaron por los siguientes aspectos:

La letra utilizada, que empezó siendo de tipo romana, evolucionó pronto a la neogótica alemana, con fuerte influencia de la caligrafía de los manuscritos españoles. También se aprecia una evolución hacia el, tanto en la composición como en los ornamentos.
Hubo escuelas de gran prestigio técnico, entre las cuales deben citarse las catalanas.
La interlineación era ancha, y las iniciales blancas sobre fondo negro. Con frecuencia aparecen portas grabadas en madera con motivos heráldicos.
Los temas aparecen muy influidos por la religión. Sin embargo, cada vez son más frecuentes las obras en lenguas vernáculas. Aparecen gran cantidad de bulas, misales, gramáticas y diccionarios latinos. Las obras en poesía y prosa suelen ser gratificantes y amenas.

Los primeros impresores españoles tendieron a instalar sus imprentas en centros de comercio debido entre otras cosas: al capital necesario para establecer las imprentas, el alto costo del papel, la lenta recuperación de la inversión y especialmente, los problemas de distribución. Durante el siglo XVI la tipografía española estuvo rezagada sin seguir la evolución generalizada de otros países. Durante muchos años predominaron los tipos góticos, el papel malo y los grandes formatos por lo que la apariencia del libro siguió siendo, ya muy avanzado el siglo, la del incunable. España fue mercado de libros importados y un lugar donde se establecieron impresores y libreros de fuera, pues siguieron abundando los extranjeros, muchos de ellos representaban intereses familiares y de familias de otros países, sobre todo alemanas. La importación era considerable y se recibían libros jurídicos y textos clásicos principalmente de Italia y Francia. Esto se explica por varias razones: En primer lugar la situación de España y los elevados gastos de envío a los mercados internacionales, donde los españoles no podían competir con la producción local. En segundo lugar, la falta de espíritu comercial de las clases ricas, que no quisieron entrar en el negocio por el sentimiento generalizado de que las personas nobles o superiores no debían intervenir en actividades mecánicas y consecuentemente no le prestaron ayuda económica. Por último, tal vez la razón más importante fuera la pobreza e incultura del mercado interior, con pocos centros docentes, pocas ciudades populosas, carente de recursos económicos y con escasa capacidad para la lectura y afición a ella. Principalmente obras religiosas, novelas y obras históricas publicaron los impresores del gran centro comercial que era Sevilla, entre los que destaca la familia Cromberger, con tres miembros, Jacobo, Juan y Jácome, que rigieron sucesivamente el negocio.

Según Ramón Menéndez Pidal, la literatura española se caracteriza por sus “frutos tardíos”, esto es, por la plena vigencia de géneros, especies y estilos ya desechados en otras naciones de Europa que en la Península perduran más allá de su época propia de florecimiento. Tal ocurre, como es fama, con los relatos de aventuras centrados en la figura ejemplar y heroica del caballero andante, el casi sobrehumano paladín que se lanza en solitario a los caminos para imponer la justicia entre los agraviados, prestar generoso auxilio a los débiles, derrotar con la sola fuerza de su brazo y su virtud a enteros ejércitos o imponentes gigantes, y, cuando el tiempo es propicio, entregarse a encendidos recreos eróticos según las normas, más o menos adaptadas a cada caso, del amor cortés.

Con la llegada de la Modernidad, los grandes cambios del Humanismo y el Renacimiento marcan el ocaso de los viejos ideales medievales, el modelo ético y vital del caballero andante es suplantado por otros paradigmas humanos, y un nuevo y más sofisticado gusto literario proveniente sobre todo de Italia, comienza a tornar caducas aquellas extensas y a menudo caóticas historias. Pero en España la Edad Media no cesa con el arribo de la Modernidad, sino se integra en ésta a modo de eficaz y siempre renacida esencia, y los viejos ideales heroicos se desarrollan en nuevas formas literarias que le aseguran al género caballeresco un siglo más de vida; así, mientras en el resto de Europa la caballería literaria muere con el siglo XV o bien transforma en formas muy cultas como los poemas caballerescos italianos, en España se plasma una vigorosísima nueva especie a lo largo del XVI, la de los llamados libros de caballerías Se trata a un tiempo de la continuidad del modelo caballeresco artúrico medieval y de algo completamente distinto, pues la obra preliminar y capital de la especie española, el Amadís de Gaula, parte de patrones de estilo propios de la novela artúrica francesa pero a su vez suplanta la ideología pesimista y fatalista de ésta por una visión optimista y provincial más propia de la estirpe y la generación que por esos mismos tiempos concluían la reconquista de Granada y se lanzaban a la gran aventura del descubrimiento, la conquista y la colonización de América, muchos de cuyos protagonistas han sido, por lo demás, y tal como atestiguan las crónicas, fervorosos lectores de libros de caballerías y conscientes contrincantes de las hazañas de los caballeros ficticios, en España , la novela caballerescas mas antiguas conocida es cierto, la afrenta existe en abstracto y el caballero va a deshacer sin que nada personal le toque en ella. Es el triunfo del individualismo, con la literatura de caballeros surge una gran demanda por estos ya que la mayoría de la gente les gusta estas obras mas que las que presentan temas religiosos.

Con la creación del quijote es la confirmación de la idea de que el publico volvía las espaldas a los héroes de antaño, para interesarse en las vidas ordinarias sombrías, de unos seres opacos, sin aureolas de nobleza ni de santidad, similares a los que uno encuentra por las calles y mercados, afanosos en salir triunfantes en la hazaña diaria de sobrevivir.

El quijote es sin duda, una parodia de la literatura caballeresca. Menéndez y Pelayo ve la purificación de los libros de caballería en el Quijote considera a éste como el autentico libro español de caballerías, que al tiempo que caracterizaba a los otros, revivía por medio del humor las virtudes del viejo ideal. Llevando a la obra de Cervantes como la obra cumbre de la literatura española y mundial. Por lo que la lectura del Quijote , es el gusto por la aventura, el placer de leer el esplendor. Como siempre ha sido. Como tiene que ser.


Bibliografía


ESCOLAR, Hipólito. (1993). Historia universal del libro. Madrid: pirámide p. 415.

....................................(1993). Historia ilustrada del libro español. Los manuscritos. Madrid: pirámide. P 223.

OSORIO ROMERO, I. (1987). Historia de las bibliotecas novohispanas. México: SEP, Dirección General de Bibliotecas

TORRE VILLAR, E. De la (1999). Breve historia del libro en México. México. UNAM.
EL TERROR LLEGA AL NUEVO MUNDO

La Santa Inquisición en México



Es el año de nuestro señor de 1571, cuando Don Pedro Moya de Contreras llega a la nueva España en calidad de Inquisidor Mayor y junto con el la inquisición española. El cuatro de noviembre todos los habitantes de la ciudad de México de doce años en adelante fueron convocados a la Iglesia Mayor, para oír misa, sermón y prestar Juramento de la Fe bajo pena amenaza de excomunión en caso de no asistir. Ese día y en ese lugar el secretario Pedro de los Ríos leyó las provisiones y mandatos del rey Felipe II, para que el Santo Oficio recibiera "el auxilio y favor del brazo real." Acto seguido, fueron leídos el resto de los documentos que legitimaban el establecimiento de esta institución y se tomó juramento al pueblo todo para que denunciase a los herejes y prestara apoyo incondicional al Santo Oficio.

Se dio un plazo de seis días para que toda persona que se hallara con cargos de herejía hiciera sus confesiones y manifestara contrición y arrepentimiento para salvarse de la cárcel, la pena de muerte o confiscación de bienes. Sin embargo, el Santo Oficio despertó una oleada de pánico. No era necesaria una denuncia formal para que alguien fuera procesado por en Santo Oficio, cualquier rumor o carta anónima era suficiente para que se iniciase el juicio. Los juicios se llevaban al cabo en sitios públicos con lujo de crueldad pero el Tribunal del Santo Oficio nunca anunciaba ni ejecutaba sentencias y entregaba a los reos a la autoridad secular para que actuara en consecuencia.

Pero el principal motivo fue la enorme influencia que podría tener los libros sobre los indígenas y la protección que quería ejercer la iglesia sobre sus mentes, ya que no deseaba que los indígenas tuvieran conocimiento de otras teorías que estaban surgiendo sobre la iglesia, por dar un ejemplo, en la Europa que salía de la edad media sedaban fuertes rompimientos con la iglesia como la de Lutero, sus ideas mas claras y revolucionarias en relación con la fe era considerado de enorme peligro para los españoles ya que motivaba a la rebelión y apenas estaban controlando a los pueblos de la nueva España como para permitir que estas ideas fueran expuestas en el nuevo mundo.

Así que la inquisición jugo en papel muy importante conforme en la prohibición de libros en el Nuevo mundo, creando una lista para evitar y cazar estas subversivas publicaciones.

viernes, marzo 31, 2006




CODICES PREHISPANICOS



Antes que nada primero habrá que entender que es un códice, se llaman códices, del latín: codex-libro manuscrito, a los documentos pictóricos o de imágenes realizadas como productos culturales de las grandes civilizaciones maya, azteca, mixteca, zapoteca, otomí, purépecha, etc., que surgieron y se desarrollaron en Mesoamérica.

Clara que cuando los conquistadores llegan al nuevo mundo, no logran comprender lo que los códices, que son fuentes históricas de primera mano en los que las sociedades indígenas, por intermedio de escribas con la habilidad para pintar con gran maestría, dejaron constancia fiel de sus logros y avances culturales y científicos informaron sobre una multitud de aspectos, como las creencias religiosas, los ritos y ceremonias, la historia, el sistema económicos y la cronología, entre muchos otros.

De los códices prehispánicos , muy pocos existen actualmente, porque desde la conquista fueron destruidos en forma generalizada; primero en la toma de los edificios en donde se guardaban (amoxcalli) y después en "autos de fe" que organizaban los frailes europeos para aniquilar lo que ellos consideraban como "obras del demonio".

Solamente Con el arribo del régimen colonial a México, generó procesos de cambio en la sociedades indígenas, que afectaron múltiples rasgos de su cultura. Los sistemas de escritura utilizados por los indígenas, sufrieron una adaptación a los cambios y resolvieron las dificultades que ocasionó la reincorporación del castellano para continuar con su función social de registro de la memoria.
De esta manera la forma de presentación de los códices se verá distinta a los que antes se habían elaborado en cuanto a su manufactura temática y signos lingüísticos


El número de códices prehispánicos que se conserva en la actualidad es muy reducido, ya que durante la Conquista muchos de ellos fueron destruidos en forma masiva; En la Colonia la destrucción se volvió sistemática, por una parte por denuncias de los indígenas convertidos al catolicismo, y por otra`, por petición de las autoridades religiosas y civiles.
La primera justificación religiosa de los actos crematorios por los ministros de la iglesia fue basada en el argumento de que esas "pinturas y caracteres" fueron hechas bajo inspiración diabólica. Más tarde, los prelados de las órdenes religiosas primero y después altos funcionarios virreinales, preocupados por conocer la religión de los pueblos vencidos para poder combatirla eficazmente, ordenaron a los frailes escribir sobre "sus idolatrías y sus historias".

Los frailes cronistas de la conquista, historiadores como Olmos, Motolinía, Sahagún, Torquemada y muchos laicos apreciaron la riqueza encerrada en estos documentos, y en los escasos que se habían salvado de la locura destructiva, recurrieron a ellos para escribir sus crónicas e historias. Se convocaba a los sabios indígenas para que ayudaran a estas tareas y ellos acudían llevando sus libros para leérselos y explicárselos a los autores hispanos, quienes inmediatamente después los hacían desaparecer.


Los documentos antiguos que sobrevivieron (son menos de veinte) fueron enviados como regalos al rey de España, por lo cual sólo dos de ellos se conservan en México y el resto en Europa.



BIBLIOGRAFIA



GALARZA, Joaquín. Amatl, amoxtli-el papel, el libro: los códices mesoamericanos guía para la introducción al estudio del material pretorio indígena. México: Tava, 1999
GARCES CONTRERAS, Guillermo. Los códices mayas. México: SEP, 1975


24 MARZO 06