Las bibliotecas antiguas de México
Las bibliotecas antiguas de México están compuestas, en su mayoría, por libros impresos que datan del siglo XV al XIX; a las que corresponden al periodo colonial, se les denomina bibliotecas novohispanas. Su formación se debe a los religiosos de las distintas órdenes, quienes para cumplir su misión evangelizadora y educativa requirieron textos formativos o de esparcimiento. Además de obras que cubrieran las necesidades intelectuales y recreativas de particulares.
La iglesia a través de las distintas órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas y mercedarios) ejerció un importante papel en el proceso civilizador de América. Desde sus orígenes, la instrucción, como en Europa, estuvo en manos de los religiosos; para ello se construyeron bibliotecas al amparo de los conventos, útiles a las escuelas dedicadas a la enseñanza de la lectura, escritura y doctrina de la santa fe. Más tarde los cabildos se interesaron por la apertura de colegios a cargo de maestros seglares y por la fundación de la Real y Pontificia Universidad; instituciones que también ostentaron bibliotecas de mayor o menor importancia.
De acuerdo con la obra Historia de las bibliotecas novohispanas, escrita por el doctor Ignacio Osorio Romero (siglo XVI), hubo bibliotecas en colegios y seminarios conformadas por las colecciones privadas de obispos, como la del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco cuyos libros pertenecieron al obispo Juan de Zumárraga; también existieron en el Colegio de San José de los naturales (1527); el Colegio de San Nicolás Obispo (1538); en la Real y Pontificia Universidad (1553); el Colegio Mayor de Santa María de Todos Santos (1573); el Colegio de San Pablo (1575) de los agustinos en la ciudad de México; el Colegio de Santa Cruz en Oaxaca, fundado en el último cuarto del siglo; el de San Luis Rey (1585) de los dominicos en Puebla.
Por otro lado, las fundaciones jesuitas que durante este primer siglo tuvieron bibliotecas fueron, en primer lugar, el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (1574); el Colegio de San Ildefonso (1583) ambos en la ciudad de México. En segundo lugar, los colegios jesuíticos dedicados a la enseñanza en Pátzcuaro (1574), Oaxaca (1579), Puebla (1579), Valladolid (1580), Guadalajara (1585), Zacatecas (1591) y Durango (1593). A ellos habría que añadir el noviciado jesuítico en Tepotzotlán (1580) y el Colegio de San Juan de Letrán (1547).
Los temas principales de estas bibliotecas conventuales respondieron a las necesidades de predicación y administración de los sacramentos; en cambio los de los colegios fueron de filosofía, derecho, teología y literatura; su lengua principal fue el latín, acompañado del español, francés e italiano.
Las primeras bibliotecas particulares de Nueva España pertenecieron a frailes y miembros del clero como Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Julián Garcés, Juan de Gaona y Alonso de la Veracruz.
Durante el siglo XVII existió una amplia red de bibliotecas como consecuencia de las expediciones. En lo que se refiere a las particulares están las que pertenecieron a Bartolomé González, Francisco Alonso de Sosa, Alfonso Núñez, Melchor Pérez de Soto, Carlos de Sigüenza y Góngora y Juana Inés de la Cruz; acervos que reflejan los intereses intelectuales de un periodo especialmente inquieto y angustiado por explicar y demostrar la grandeza de nuestra historia, aunque no prescinden de las obras de autores grecolatinos, conceden más importancia a la literatura en lengua castellana, sorprende también su preocupación por adquirir libros científicos más actuales en Europa como las obras de Copérnico, Tycho Brahe, Galileo y Kepler, libros de arquitectura y medicina, especialmente de médicos españoles; en el campo de la filosofía y teología, al lado de las Biblias y Santos Padres, se encuentran las obras de Erasmo, de los filósofos herméticos, de los humanistas del Renacimiento y de los juristas de la época (doctor Osorio).
Las bibliotecas conventuales en el siglo XVII crecieron notablemente, sin embargo, los temas de sus colecciones eran los mismos, entre ellos destacan la patrística, las Sagradas Escrituras, las diversas corrientes teológicas, la hagiografía o vida espiritual, reglas y constituciones de la orden y grandes cantidades de sermones. La orden religiosa que tuvo mayor número de bibliotecas fue la franciscana, la más importante la del Convento Grande de San Francisco de la ciudad de México, aunque existieron 62 más.
El doctor Osorio tuvo como fuente las Memorias redactadas por Francisco de la Rosa Figueroa, personaje que cita los conventos de:
1. Santiago Tlatelolco
2. San Cristóbal de Ecatepec
3. Santa María Asumpta de Otumba
4. Santa María de Todos Santos de Zempoala
5. San Simón y San Judas de Calpulapan
6. Santa María Asunción de Apam
7. San Juan Bautista de Tulancingo
8. San Pedro y San Pablo de Zacatlán
9. Santa María la Redonda
10. Santa María de la Visitación de Tepepam
11. La Asunción de Cuernavaca
12. San Bernardino de Xochimilco
13. Santa María Asumpta de la Milpa
14. San Antonio Tecomic
15. Santiago de Chalco
16. San Juan Bautista de Temamatla
17. Santa María de Ozumba
18. San Luis de Tlalmanalco
19. San Miguel de Coatlichán
20. San Luis de Huexotla
21. San Antonio de Texcoco
22. San Andrés de Chiautla
23. Consolación de San Cosme
24. San Gabriel de Tlacopam
25. Corpus Cristi de Tlalnepantla
26. San Lorenzo de Tultitlán
27. San Francisco de Tepexic
28. San José de Tula
29. San Bartolomé de Tepetitlán
30. San Martín de Alfajoyucan
31. Santiago de Tecozautla
32. San Mateo de Hueychiapam
33. San Jerónimo de Aculco
34. San Pedro y San Pablo de Xilotepec
35. San Miguel Tzinacantepec
36. Santa María Asumpta de Toluca
37. San Pedro y San Pablo de Calimaya
38. San Juan Bautista de Metepec
39. San Francisco de Tepoyanco
40. La Asunción de Tlaxcala
41. San Juan Totola
42. Nativitas de Tlaxcala
43. San Felipe de Tlaxcala
44. San Juan Bautista de Atlaucatepec
45. Santa María de Texcalac
46. San Luis de Huamantla Santa María Nativitas Xalapam
47. San Miguel de Huejotzingo
48. San Andrés de Calpam
49. Santa María Asumpta de Tochimilco
50. San Martín de Quahquecholac
51. Santa María de la Visitación de Atlizco
52. San Gabriel de Cholula
53. San Francisco de Totomehuacan
54. San Juan Bautista de Quahtinchán
55. Santiago de Tecali
56. Santa María de la Asunción de Amozoc
57. Tepeaca
58. San Juan Evangelista de Acatzingo
59. Santa María Asumpta de Tecamachalco
60. Santa María de la Concepción de Tehuacan
61. Mexicalzingo
62. Cuatitlán
Los carmelitas, mercedarios, dominicos y agustinos también tuvieron bibliotecas. En este sentido las de los jesuitas cobraron, en el siglo XVII, singular importancia por su cantidad y calidad, debido a la Ratio studiorum, esto es, a su sistema educativo, existieron:
1. Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo
2. Real y más antiguo Colegio de San Ildefonso
3. Colegio de San Gregorio
4. Casa Profesa
5. Colegio de Santa María de las Parras
6. Colegio de Chihuahua
7. Colegio de Celaya
8. Colegio de San Luis de la Paz
9. Colegio de Oaxaca
10. Colegio de San Jerónimo de Puebla
11. Colegio del Espíritu Santo de Puebla
12. Colegio de San Ignacio de Puebla
13. Colegio de San Francisco Xavier de Puebla
En el periodo denominado “ilustrado” (1767-1821) las bibliotecas privadas de las que se tiene noticias son las pertenecientes a Juan José de Eguiara y Eguren, José Ignacio Bartolache, Antonio de León y Gama, Antonio de Alazate y Benito Díaz de Gamarra. Los idiomas en que están escritos sus libros son francés, italiano e inglés. Se hallan las obras de Descartes, las de los enciclopedistas franceses, sobre todo de Voltaire y Rosseau, las de los llamados controversistas o refutadores, también se encuentran de ciencia novohispana como europea, escritas por Newton, Malpighi, Linneo, Bufón, Gassendi y Leibniz. Las bibliotecas conventuales, por su parte, continuaron apegadas a los autores tradicionales, sólo incorporaron las obras de controversia escritas por Muratori, Jacquier, Nonnote, Bergier y Caraccioli.
Las bibliotecas conventuales durante los siglos XVIII y XIX fueron la de la Real Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, del Convento Imperial de Santo Domingo de México y las franciscanas de los conventos de la Santa Recolección y Noviciado de San Cosme y la del Colegio Apostólico de San Fernando.
Durante el periodo “ilustrado” sucede en México uno de los acontecimientos que afectará en gran medida la historia de las bibliotecas antiguas: la expulsión de los jesuitas (1767), ya que sus libros formaron los acervos de los nuevos centros de estudios denominados seminarios y universidades, los cuales poseían bibliotecas como parte principal de la estructura educativa : Seminario de Oaxaca; Seminario Palafoxiano de Puebla (actual Biblioteca Palafoxiana); Seminario de Guadalajara; Real Colegio Seminario Tridentino de México; Seminario de Durango; Seminario de Valladolid (Morelia); Seminario de Chiapas y el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Mérida.
Los colegios que tuvieron bibliotecas y que se crearon en esta misma época fueron: Reales Colegios de San Ignacio y San Francisco Xavier de Querétaro; Colegio de San Luis Gonzaga de Zacatecas; Colegio Carolino de Puebla; Colegio de San Pablo de los Agustinos de México; Colegio de la Inmaculada Concepción de Celaya. Otras instituciones de nueva creación que tuvieron importantes acervos fueron las de la Real Academia de San Carlos; Real Seminario de Minería; Jardín Botánico, la Universidad de Guadalajara y la Biblioteca Turriana.
La organización de las bibliotecas coloniales o novohispanas fue a través de una catalogación temática y alfabética de autores. A diferencia de otras, las de México se distinguen, porque sus libros tienen una marca de propiedad o calcograma estampado a fuego con hierro candente en uno de los cantos que hoy en día se denomina marca de fuego. Pocas bibliotecas emplearon ex libris en estampa como la Turriana, la del Convento de San Francisco y el Seminario de Morelia, lo que si era de uso común es el ex libris manuscrito en español o en latín.
En el siglo XIX México se independizó, lo que trajo el movimiento liberal. La antigua doctrina, por tanto, era contraria al pensamiento del momento, causa por la que casi todas las bibliotecas coloniales fueron presa de los vaivenes políticos y las pocas que se salvaron, se dispersaron o pasaron a manos de las actuales universidades. Sin embargo, la importancia de las bibliotecas antiguas en el contexto histórico de México es constante, pero quizá su beneficio más valioso consiste en que sus libros permiten la reconstrucción de los procesos culturales de nuestro país en relación con la historia de las ideas.
Bibliografía
OSORIO Romero, Ignacio, Historia de las bibliotecas novohispanas, México, SEP, Dirección General de Bibliotecas, 1987, 282 p.
Las bibliotecas antiguas de México están compuestas, en su mayoría, por libros impresos que datan del siglo XV al XIX; a las que corresponden al periodo colonial, se les denomina bibliotecas novohispanas. Su formación se debe a los religiosos de las distintas órdenes, quienes para cumplir su misión evangelizadora y educativa requirieron textos formativos o de esparcimiento. Además de obras que cubrieran las necesidades intelectuales y recreativas de particulares.
La iglesia a través de las distintas órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas y mercedarios) ejerció un importante papel en el proceso civilizador de América. Desde sus orígenes, la instrucción, como en Europa, estuvo en manos de los religiosos; para ello se construyeron bibliotecas al amparo de los conventos, útiles a las escuelas dedicadas a la enseñanza de la lectura, escritura y doctrina de la santa fe. Más tarde los cabildos se interesaron por la apertura de colegios a cargo de maestros seglares y por la fundación de la Real y Pontificia Universidad; instituciones que también ostentaron bibliotecas de mayor o menor importancia.
De acuerdo con la obra Historia de las bibliotecas novohispanas, escrita por el doctor Ignacio Osorio Romero (siglo XVI), hubo bibliotecas en colegios y seminarios conformadas por las colecciones privadas de obispos, como la del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco cuyos libros pertenecieron al obispo Juan de Zumárraga; también existieron en el Colegio de San José de los naturales (1527); el Colegio de San Nicolás Obispo (1538); en la Real y Pontificia Universidad (1553); el Colegio Mayor de Santa María de Todos Santos (1573); el Colegio de San Pablo (1575) de los agustinos en la ciudad de México; el Colegio de Santa Cruz en Oaxaca, fundado en el último cuarto del siglo; el de San Luis Rey (1585) de los dominicos en Puebla.
Por otro lado, las fundaciones jesuitas que durante este primer siglo tuvieron bibliotecas fueron, en primer lugar, el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (1574); el Colegio de San Ildefonso (1583) ambos en la ciudad de México. En segundo lugar, los colegios jesuíticos dedicados a la enseñanza en Pátzcuaro (1574), Oaxaca (1579), Puebla (1579), Valladolid (1580), Guadalajara (1585), Zacatecas (1591) y Durango (1593). A ellos habría que añadir el noviciado jesuítico en Tepotzotlán (1580) y el Colegio de San Juan de Letrán (1547).
Los temas principales de estas bibliotecas conventuales respondieron a las necesidades de predicación y administración de los sacramentos; en cambio los de los colegios fueron de filosofía, derecho, teología y literatura; su lengua principal fue el latín, acompañado del español, francés e italiano.
Las primeras bibliotecas particulares de Nueva España pertenecieron a frailes y miembros del clero como Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Julián Garcés, Juan de Gaona y Alonso de la Veracruz.
Durante el siglo XVII existió una amplia red de bibliotecas como consecuencia de las expediciones. En lo que se refiere a las particulares están las que pertenecieron a Bartolomé González, Francisco Alonso de Sosa, Alfonso Núñez, Melchor Pérez de Soto, Carlos de Sigüenza y Góngora y Juana Inés de la Cruz; acervos que reflejan los intereses intelectuales de un periodo especialmente inquieto y angustiado por explicar y demostrar la grandeza de nuestra historia, aunque no prescinden de las obras de autores grecolatinos, conceden más importancia a la literatura en lengua castellana, sorprende también su preocupación por adquirir libros científicos más actuales en Europa como las obras de Copérnico, Tycho Brahe, Galileo y Kepler, libros de arquitectura y medicina, especialmente de médicos españoles; en el campo de la filosofía y teología, al lado de las Biblias y Santos Padres, se encuentran las obras de Erasmo, de los filósofos herméticos, de los humanistas del Renacimiento y de los juristas de la época (doctor Osorio).
Las bibliotecas conventuales en el siglo XVII crecieron notablemente, sin embargo, los temas de sus colecciones eran los mismos, entre ellos destacan la patrística, las Sagradas Escrituras, las diversas corrientes teológicas, la hagiografía o vida espiritual, reglas y constituciones de la orden y grandes cantidades de sermones. La orden religiosa que tuvo mayor número de bibliotecas fue la franciscana, la más importante la del Convento Grande de San Francisco de la ciudad de México, aunque existieron 62 más.
El doctor Osorio tuvo como fuente las Memorias redactadas por Francisco de la Rosa Figueroa, personaje que cita los conventos de:
1. Santiago Tlatelolco
2. San Cristóbal de Ecatepec
3. Santa María Asumpta de Otumba
4. Santa María de Todos Santos de Zempoala
5. San Simón y San Judas de Calpulapan
6. Santa María Asunción de Apam
7. San Juan Bautista de Tulancingo
8. San Pedro y San Pablo de Zacatlán
9. Santa María la Redonda
10. Santa María de la Visitación de Tepepam
11. La Asunción de Cuernavaca
12. San Bernardino de Xochimilco
13. Santa María Asumpta de la Milpa
14. San Antonio Tecomic
15. Santiago de Chalco
16. San Juan Bautista de Temamatla
17. Santa María de Ozumba
18. San Luis de Tlalmanalco
19. San Miguel de Coatlichán
20. San Luis de Huexotla
21. San Antonio de Texcoco
22. San Andrés de Chiautla
23. Consolación de San Cosme
24. San Gabriel de Tlacopam
25. Corpus Cristi de Tlalnepantla
26. San Lorenzo de Tultitlán
27. San Francisco de Tepexic
28. San José de Tula
29. San Bartolomé de Tepetitlán
30. San Martín de Alfajoyucan
31. Santiago de Tecozautla
32. San Mateo de Hueychiapam
33. San Jerónimo de Aculco
34. San Pedro y San Pablo de Xilotepec
35. San Miguel Tzinacantepec
36. Santa María Asumpta de Toluca
37. San Pedro y San Pablo de Calimaya
38. San Juan Bautista de Metepec
39. San Francisco de Tepoyanco
40. La Asunción de Tlaxcala
41. San Juan Totola
42. Nativitas de Tlaxcala
43. San Felipe de Tlaxcala
44. San Juan Bautista de Atlaucatepec
45. Santa María de Texcalac
46. San Luis de Huamantla Santa María Nativitas Xalapam
47. San Miguel de Huejotzingo
48. San Andrés de Calpam
49. Santa María Asumpta de Tochimilco
50. San Martín de Quahquecholac
51. Santa María de la Visitación de Atlizco
52. San Gabriel de Cholula
53. San Francisco de Totomehuacan
54. San Juan Bautista de Quahtinchán
55. Santiago de Tecali
56. Santa María de la Asunción de Amozoc
57. Tepeaca
58. San Juan Evangelista de Acatzingo
59. Santa María Asumpta de Tecamachalco
60. Santa María de la Concepción de Tehuacan
61. Mexicalzingo
62. Cuatitlán
Los carmelitas, mercedarios, dominicos y agustinos también tuvieron bibliotecas. En este sentido las de los jesuitas cobraron, en el siglo XVII, singular importancia por su cantidad y calidad, debido a la Ratio studiorum, esto es, a su sistema educativo, existieron:
1. Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo
2. Real y más antiguo Colegio de San Ildefonso
3. Colegio de San Gregorio
4. Casa Profesa
5. Colegio de Santa María de las Parras
6. Colegio de Chihuahua
7. Colegio de Celaya
8. Colegio de San Luis de la Paz
9. Colegio de Oaxaca
10. Colegio de San Jerónimo de Puebla
11. Colegio del Espíritu Santo de Puebla
12. Colegio de San Ignacio de Puebla
13. Colegio de San Francisco Xavier de Puebla
En el periodo denominado “ilustrado” (1767-1821) las bibliotecas privadas de las que se tiene noticias son las pertenecientes a Juan José de Eguiara y Eguren, José Ignacio Bartolache, Antonio de León y Gama, Antonio de Alazate y Benito Díaz de Gamarra. Los idiomas en que están escritos sus libros son francés, italiano e inglés. Se hallan las obras de Descartes, las de los enciclopedistas franceses, sobre todo de Voltaire y Rosseau, las de los llamados controversistas o refutadores, también se encuentran de ciencia novohispana como europea, escritas por Newton, Malpighi, Linneo, Bufón, Gassendi y Leibniz. Las bibliotecas conventuales, por su parte, continuaron apegadas a los autores tradicionales, sólo incorporaron las obras de controversia escritas por Muratori, Jacquier, Nonnote, Bergier y Caraccioli.
Las bibliotecas conventuales durante los siglos XVIII y XIX fueron la de la Real Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, del Convento Imperial de Santo Domingo de México y las franciscanas de los conventos de la Santa Recolección y Noviciado de San Cosme y la del Colegio Apostólico de San Fernando.
Durante el periodo “ilustrado” sucede en México uno de los acontecimientos que afectará en gran medida la historia de las bibliotecas antiguas: la expulsión de los jesuitas (1767), ya que sus libros formaron los acervos de los nuevos centros de estudios denominados seminarios y universidades, los cuales poseían bibliotecas como parte principal de la estructura educativa : Seminario de Oaxaca; Seminario Palafoxiano de Puebla (actual Biblioteca Palafoxiana); Seminario de Guadalajara; Real Colegio Seminario Tridentino de México; Seminario de Durango; Seminario de Valladolid (Morelia); Seminario de Chiapas y el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Mérida.
Los colegios que tuvieron bibliotecas y que se crearon en esta misma época fueron: Reales Colegios de San Ignacio y San Francisco Xavier de Querétaro; Colegio de San Luis Gonzaga de Zacatecas; Colegio Carolino de Puebla; Colegio de San Pablo de los Agustinos de México; Colegio de la Inmaculada Concepción de Celaya. Otras instituciones de nueva creación que tuvieron importantes acervos fueron las de la Real Academia de San Carlos; Real Seminario de Minería; Jardín Botánico, la Universidad de Guadalajara y la Biblioteca Turriana.
La organización de las bibliotecas coloniales o novohispanas fue a través de una catalogación temática y alfabética de autores. A diferencia de otras, las de México se distinguen, porque sus libros tienen una marca de propiedad o calcograma estampado a fuego con hierro candente en uno de los cantos que hoy en día se denomina marca de fuego. Pocas bibliotecas emplearon ex libris en estampa como la Turriana, la del Convento de San Francisco y el Seminario de Morelia, lo que si era de uso común es el ex libris manuscrito en español o en latín.
En el siglo XIX México se independizó, lo que trajo el movimiento liberal. La antigua doctrina, por tanto, era contraria al pensamiento del momento, causa por la que casi todas las bibliotecas coloniales fueron presa de los vaivenes políticos y las pocas que se salvaron, se dispersaron o pasaron a manos de las actuales universidades. Sin embargo, la importancia de las bibliotecas antiguas en el contexto histórico de México es constante, pero quizá su beneficio más valioso consiste en que sus libros permiten la reconstrucción de los procesos culturales de nuestro país en relación con la historia de las ideas.
Bibliografía
OSORIO Romero, Ignacio, Historia de las bibliotecas novohispanas, México, SEP, Dirección General de Bibliotecas, 1987, 282 p.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario